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Fundació Quepo

Último día del FotoPres’09 en Barcelona. Primer premio: un solo ojo al que no le aguanto la mirada, un solo ojo que me obliga a bajarla porque me hace daño siquiera imaginar tanto dolor físico y psíquico…

Me sorprendió que la gente pudiera mirar tanto rato esos primeros planos gigantescos de caras arrasadas de mujer pakistaní. Jordi dudaba de que los museos actuales fueran los sitios más adecuados para exponer esas fotos, para “disponer” la mirada, pero lo que seguro no merecía esa mirada mutilada era su banalización vía reproducción masiva en formato publicitario, en vallas y carteles, por medio Barcelona.

¿Dónde está el límite de lo que no soportamos ver, de lo que no querríamos ver nunca? ¿cómo desacostumbrarse o protegerse contra el deseo incentivado de ver determinadas imágenes?

“Todo puede realizarse, todo puede verse. Las fronteras entre ficción y realidad son cada vez más borrosas; hasta el punto que el espectador pierde la conciencia de lo real, se acostumbra a todo, tanto a la muerte convertida en espectáculo como a la indiferencia que le sirve de cortejo”
Eso dice Michela Marzano. El País publicó el domingo pasado un extracto de su libro El espectáculo del horror. Esta filósofa, que ya le entró a la pornografía y a la autoyuda con muy buen criterio, reflexiona sobre la difusión de imágenes de violencia y los cada vez mayores niveles de tolerancia social respecto a ellas. Habla de reconstruir el dique que ayuda a contrarrestar la crueldad bárbara y de la responsabilidad de los periodistas en esta tarea. En algún artículo previo recogían sus palabras: Estoy en contra no ya de la difusión, sino de la falta de jerarquía de las imágenes, de que se sirvan sin ir acompañadas de instrumentos críticos, interpretativos. Creo que haciendo eso los periodistas dimiten de su responsabilidad, de su tarea, que es la de mantener un punto de vista. Cosa que no impide, por cierto, que sean lo más objetivos posible.

Aún nos da otra buena pista que seguir: distinguir entre la compasión y lo compasional, la propia expresión de una compasión ausente, una especie de discurso social de la compasión que alimenta con buenas intenciones la ausencia de actos.

Al día siguiente de publicar ese artículo me topo en el mismo diario (el mío a mi pesar, el de siempre) con otra pieza sobre Haití, Morir dos veces, ilustrada con una foto fácil de fosa común, de cuerpos amontonados por sepultar. El grueso del minireportaje lo constituyen las declaciones de Morris Tidball-Binz, forense del CICR: el respeto que muestra por las víctimas haitianas no merecía ser ignorado con una foto así.

¿Publicarla o mirarla nos costaría más si el amasijo fuera de cuerpos blancos? ¿quienes son los bárbaros?

Source: Fundació Quepo
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