El cardenal Cipriani, un alto funcionario de la Iglesia de estampa berroqueña y hechuras de antañazo, ha arremetido contra la monja benedictina Teresa Forcades (1). Sí, se trata del mismo caballero que fue compañero de zahúrda de Fujimori. Ahora bien, sin querer rizar el rizo nos preguntamos si realmente es Forcades la destinataria de la diatriba o los inamistosos tiros del cura apuntan en otra dirección. Digamos entre paréntesis que la monja es objeto de las burlas de la ignorante derecha catalana y sus franquicias soberanistas a quien acusan de «redentorismo trostkysta» en un claro apunte de que ese movimiento no tolera gentes excesivamente escoradas a la izquierda. Pero esta es otra historia.
Cuando Forcades puso el grito en el cielo contra los desmanes de las grandes compañías farmacéuticas la alta clerigalla la toleraba como un fastidio. Era, según la caverna eclesiástica, una mosca cojonera que buscaba notoriedad mediática. Ahora las cosas han cambiado: Forcades se ha metido en política. Hombre, que lo haga un cura no es que tenga un pase pero ya estábamos acostumbrados. Pero, ¿dónde se ha visto que una monjica –esto es, una mujer con hábitos-- esté dando mítines, apoyando a los desahuciados y otros pobres de espíritu?
Y antes de que la Forcades contamine los claustros monjiles, el funcionario Cipriani condena a la sor. En realidad le está diciendo que la gente de Iglesia no puede hacer política porque ésta se reserva para la alta dirección, vale decir, la Curia vaticana y sus prótesis de las conferencias espiscopales. El cura le está diciendo a la monja que el monopolio del poder está en la cumbre. Y, además, lo hace desde la misoginia agustiniana que es connatural a las sotanas de los machos. Una misoginia que también es selectiva: la alta clerecía nada dice sobre los estropicios de doña Angela Merkel; ni, por supuesto, censura que ejerza el poder esa Cospedal (que ha ennoblecido su apellido con un “de” ficticio), luciendo peineta y mantilla con chanel número 5. En cambio, Forcades ha de estar «con la pata quebrada y en el convento».
La segunda derivada del ataque de Mosén Cipriani a la monja es mantener la pica en el Flandes que resiste los nuevos aires que se le suponen al papa Francisco que ya ha anunciado reformas en la Curia. Ahora bien, es posible que Francisco haya caído en la cuenta de lo que escribió Maquiavelo: «Quien quiera reformar unas instituciones anticuadas en una ciudad libre, conserve al menos la sombra de las costumbres antiguas» [Discursos de la primera década de Tito Livio. Libro I. capítulo 25]. Lo que, tal vez, pudiera ser adecuado en tiempos del secretario florentino, pero dudo que lo sea en los tiempos presentes y venideros. Porque, ¿qué longitud tiene esa «sombra»?
Sea como fuere, ahí está el escupitajo de Cipriani contra la Forcades. Es mejor que la monja no entre al trapo.
(1) http://blogs.periodistadigital.com/religion.php/2013/08/14/el-cardenal-cipriani-condena-sin-pruebas