Nosotros conocemos el famoso cuento de Andersen Keiserens nye Klæder como El rey desnudo. Ahora la potencia de la globalidad tiene noticia de una versión moderna, La alcaldesa desnuda. Queda un tanto altisonante hablar del mundo entero, pero lo cierto es que (casi) todo el mundo entero está al tanto de que en Madrid hay una alcaldesa que ha provocado la mayor irrisión que se pueda concebir. Esa parte de la humanidad ha visto la desnudez de la alcaldesa madrileña. Lo primero que habrán pensado es que cómo es posible que una persona tan desnuda pueda ejercer tan importantísimo cargo: su poquedad expositiva y la gilipollescencia de su contenido, su amaneramiento gestual e infantiloide, por no hablar de su inglés macarrónico que, por cierto, su marido podría haber corregido dándole clases particulares. Y no digamos qué habrán sentido sus correligionarios de las derechas (incluso extremas) de esta señora. Menos mal que Churchill y De Gaulle, De Gasperi y Adenauer están ahora por esos mundos siderales…
Y, sin embargo, no parece anormal esta desnudez de la alcaldesa. Es la expresión formal de las castas dirigentes que gobiernan España. Es la confirmación aproximada de hasta qué punto las estructuras dirigentes de ciertos partidos están capturadas por el familiarismo. Y por tanto es la del conclusión que se desprende del silencio de los militantes de tales partidos que consideran que la política es así. Todavía más, que así debe ser la política. Pues la alcaldesa desnuda es la más rotunda metáfora de la política española. Véase, por ejemplo, sus respuestas a las preguntas en la afamada rueda de prensa: “manzanas traigo”.
En resumidas cuentas, demos gracias al niño chico que exclamó: «Pero si va desnuda».
Ahora bien, que nadie se precipite afirmando que la alcaldesa tiene políticamente los días contados. Son los desnudos quienes son mantenidos en el poder. Pues el que va medio en pelotas no quiere competencia.