Primero. En cierta ocasión se introdujo en el Parlament de Cataluña un proyecto de ley de iniciativa legislativa popular. El grupo parlamentario de Convergència i Unió se opuso radicalmente. El argumento que dieron muy significativo: «¿Qué queréis, que los de Comisiones Obreras nos estén incordiando recogiendo firmas a mansalva?». Eran los mismos que ahora se llenan la boca con el derecho a decidir. Eso, un derecho a decidir demediado, pues la mayoría de las grandes materias (económicas y sociales) quedan excluidas.
Pues bien, ahora que el derecho a decidir ha calado en importantísimos estratos de la sociedad catalana ¿no es el momento de pugnar por extenderlo? En ese sentido sería conveniente que ese amplio movimiento que, insistentemente, se está pronunciando por ese derecho explicite con claridad que no puede estar confinado sólo en la consulta sobre el futuro de Cataluña. Por otra parte, ese planteamiento puede ser un punto de conexión con el resto de España. Y hablando en plata: obligar a Rajoy y Mas a que se retraten en esa dirección.
Segundo. Parto de lo siguiente: el Estado de las Autonomías está bostezando y, a mi juicio, ha perdido el impulso propulsivo, tal vez definitivamente, que tuvo en sus mejores momentos. Seguir adelante con los bostezos no puede deparar nada conveniente. El dilema es: o la renacionalización --que desean mayoritariamente las derechas centralistas y determinados sectores de izquierdas—aunque con notable incidencia en la opinión pública o un nuevo pacto constitucional, que pusiera las bases de un Estado federal, que tiene el inconveniente de la inexistencia de un movimiento federalista en España. En resumidas cuentas, hay una derecha centralista y una izquierda con déficit de federalismo. Así están las cosas.