(Foto de nuestro corresponsal en Bayona: la ciudad cuatriarcada de Santa Fe está hermanada con esta villa gallega)
Pongamos un ejemplo prosaico: mientras en la batalla catalana sigan sonando las flautas de la teología, ¿quién se ocupa, además de los sindicatos, de la lucha de los trabajadores de Valeopor sus puestos de trabajo? Aquí la única teología que vale es la de tipo antropológica, que hizo decir a doña Teresa de Ávila un apotegma tan convincente como: «en los pucheros está el Señor». Sólo por decir eso ya merecería el título de Doctora de
Se nos dice de parte de Pedro Sánchez que, ante los intentos de recentralización de Rajoy y el empuje del soberanismo catalán, su partido redoblará los esfuerzos de cara a las próximas elecciones generales por una España federal. Poco hay que objetar. En todo caso ya veremos cómo desarrollan la explicación y si son capaces de añadir novedades sobre ese particular.
Es decir, de qué manera vinculan el federalismo con la condición concreta, de vida y trabajo, de las personas de carne y hueso. Porque, dicho sin requilorios, el federalismo a palo seco es como las migas sin sus correspondientes tropezones.
La pugna entre el centralismo carpetovetónico, cuyo instrumento más herrumbroso es el partido púnico, y los soberanismos periféricos es, ante todo, una fortísima pugna entre las élites dirigentes por el poder. Ahora bien, toda lucha entre las élites que no arrastre a importantes masas de la población, pro domo sua, acaba por lo general en tablas. Unos y otros, lógicamente, intentan estar arropados por millones de personas con un determinado nivel de consenso, que –según las circunstancias-- puede ser activo, pasivo o resignado.
Unos y otros procurarán engrasar los ejes de sus carretas sobre la base de sentimientos, mitos (viejos y nuevos), creencias y demás artificios de la política. La batalla de masas se establece no sobre la base de razonamientos sino de virtudes teologales. De aquí que la discusión sea prácticamente imposible. Ya lo dijo Tertuliano hace muchísimo tiempo: «Credo quia absurdum», que en buena medida ha movido todo tipo de montañas. En suma, creer porque es absurdo ha sido históricamente la madre de muchas batallas.