Quiero correr pero mis pies no responden. Estoy hundida hasta las rodillas en la tierra seca y polvorienta, frente a mi casa, intentando desesperadamente alcanzar la puerta para entrar y esconderme. Descubro tus ojos negros al otro lado de la calle, mirándome impasibles, y no haces nada por ayudarme. Confusa, recuerdo que esta mañana olvidé vestir el velo para salir y ahora me avergüenzo, y miro mis manos, las uñas pintadas de esmalte, los labios que brillan; veo montones de piedras a mi alrededor, piedras y a los Guardianes de la Revolución que van llegando y me rodean, y otra vez tu mirada terrible que me acusa y apuñala desde la muchedumbre…
 
Me despierta la llamada temprana del muecín librándome por fin de la pesadilla. Con la luz aún apagada me acerco a la ventana, agradezco la suave brisa que apenas mueve la cortina anunciando otro caluroso día de verano y compruebo resignada que continúo encerrada en mi habitación, mi particular celda con vistas a una ciudad perdida en medio del desierto.
 
Amado esposo, el Código es implacable con el adulterio y está escrito que mi castigo limpiará tu honor, así es la Ley, lo sé, pero quiero que sepas que a pesar de su rectitud y toda su sabiduría, hoy es dos veces cruel por condenar también a la criatura que crece en mi interior, el inocente hijo de un violador, el hijo de tu hermano.
 
Esta es mi historia y tal vez un día, lejos de aquí, sea contada a quien quiera oírla. Mi nombre es Amina Mafhuz y hoy voy a morir lapidada.

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Por: I. J.F. | Categoría General.
 
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