Ese día, él se levantó temprano. Quería aprovechar la mañana para limpiar los pisos y hacer algunos mandados. Agarró la ropa sucia del cesto y puso el lavarropas. Si se apuraba, a la vuelta, tal vez podría empezar a leer la novela que venía postergando. A ella la despertó el ladrido de un perro callejero.  Cuando vio que él no estaba a su lado, saltó de la cama y fue a la cocina, como si algo urgente la apremiara.
 

– A dónde vas –preguntó al ver que su marido agarraba la billetera y las llaves del auto.
– Buen día –dijo él–. Voy al super.
– No te olvides de traer cerveza –dijo ella y se rascó los genitales con desparpajo–. Yo te cuelgo la ropa –agregó.
– Me voy –dijo él.
– Mira que en un rato se levantan las nenas –dijo ella.

 
Él la fulminó con la mirada y salió de la casa. Ya en el auto, se dijo que esto no podía seguir así. Abajo el matriarcado, pensó. Después, encendió el motor y aceleró. Cruzó los semáforos en rojo y aumentó aún más la velocidad. Condujo decidida, como si de alguna manera supiera su destino.  Vio en la esquina, aquella tienda de artículos para el hogar. Planchas, lavarropas, microondas y cocinas, se acumulaban bajo un cartel que decía: TODO PARA LA MUJER.  Entonces pisó a fondo el pedal y fue a estrellarse contra la vidriera.  Andá a lavar los platos, escuchó que le gritaba una mujer que pasaba por allí, pero él dio marcha atrás y arremetió otra vez contra los cristales.
 
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Por: E.M. A. | Categoría General.
 
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