El candidato Cañete, afirmó tras el reciente debate electoral con la Valenciano , que «es difícil debatir con una mujer». En realidad lo que estaba afirmando es que le es discutir o hablar con una mujer, dos términos necesariamente equivalentes a debatir. En efecto, Cañete representa lo que todavía perdura de lo más rancio y antañón en las relaciones hombre y mujer en nuestro país. Unas relaciones dominadas por la autolegitimación del macho de su rol y bastón de mando. Unas relaciones «de poder» que en el Cañete empresario y político no necesitan ser demostradas, dado su carácter axiomático. Definitivamente, unas relaciones que, dados los intereses industriales y mercantiles de nuestro hombre, le encuadran en el viejo dicho autoritario: «En Jerez, o caballo o Domecq».
Ahora bien, si estamos al tanto de la justificación del candidato llegamos a la siguiente conclusión: Cañete no es un machista corriente y moliente, es también un machista teórico que intenta justificar la subalternidad intelectual de la mujer. Por lo demás, este caballero aparece como un desagradecido. Porque fue una mujer, su esposa, la que hizo posible que Cañete, en Jerez, dejara de ser un jumento.