Aunque esta pandemia, por un lado nos iguala a todas las personas, por otro agrava las diferencias y pone en relieve las desigualdades.
El COVID-19 no entiende de fronteras, pero sí de desigualdad y de pobreza. Vivir en un país en conflicto o con un sistema de salud frágil, convierte a cualquier persona en extremadamente vulnerable.
Las poblaciones que ya están muy debilitadas por la falta de alimento, por la prevalencia de otras enfermedades, por encontrarse en entornos inseguros o en condiciones económicas muy vulnerables, están viendo cómo estas situaciones se agravan notablemente. La situación en los países donde trabajamos es muy distinta de uno a otro, pero esta problemática es común a todos.
Las poblaciones que ya están muy debilitadas por la falta de alimento, por la prevalencia de otras enfermedades, por encontrarse en entornos inseguros o en condiciones económicas muy vulnerables, están viendo cómo estas situaciones se agravan notablemente. La situación en los países donde trabajamos es muy distinta de uno a otro, pero esta problemática es común a todos.
La vulnerabilidad es altísima en países en los que la mayoría de la población es pobre y, o bien no trabajan, o si lo hacen es en el sector informal, sin seguro médico y sin posibilidad de ahorrar. Vivir el día a día y comer de lo que se trabaja en la jornada es parte de la normalidad. Por ello, estos momentos de parón y de confinamiento en muchas zonas están dificultando mucho la vida de aquellas personas más pobres.
Vídeo realizado por FISC La Rioja
La pandemia del coronavirus ha hecho que seamos más conscientes de la fragilidad y vulnerabilidad humanas. Esta crisis, nos recuerda que los retos globales sólo podemos afrontarlos colaborando, cooperando y sumando fuerzas con el compromiso de que los derechos y la dignidad de las personas están por encima de todo y a su vez muy conectados en este mundo global.
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