Como cada mañana, canta el gallo y el sol entra por su pequeña ventana. Eyad se levanta rápida, como un muelle, y piensa en la jornada que le queda por delante. El día viene cargado de tareas, pero no importa, espera entusiasmada su cita de las 8, cuando se unen en comunidad, las mujeres de su aldea, para compartir experiencias, crear y tejer sueños juntas.

Hoy no es cualquier día. Hoy va a proponer su nuevo proyecto, rescatar historias de las abuelas de la aldea y contarlas por las tardes a las nuevas generaciones. Les debe mucho. Si no llega a ser por Amparo, seguramente, ella hubiese perdido a su madre, Ruth, de niña.

El entusiasmo de Eyad cala, de inmediato, en el resto. Juntas “rescatan” mujeres y sueñan con convertirlas en referentes para niñas y niños del presente. Quieren contar la historia de Consuelo, que tras enviudar se encargó de la huerta, y sacó adelante a sus 5 hijos, hoy día, magnates de una gran empresa. La historia de Rocío, la primera en la aldea que sintió la necesidad de juntar a las mujeres para recopilar sus ideas y pasiones e impulsar proyectos. La historia de Manuela, que luchó por los derechos de las mujeres, aun poniendo en riesgo su libertad y su vida. La historia de Amparo, que acogió en su casa a Ruth, junto a sus 4 hijas, liberándola del yugo de su marido, haciendo caso omiso de lo que mandaba la tradición.

La primera historia llegó, un domingo de sol, a la sombra de una higuera. Hablaba de Angustias, que, a pesar de su nombre, dedicó su vida a hacer reír a la gente. Recorría teatros y plazas, sacando sonrisas a la vez que iluminaba almas.

Tras escuchar atenta, se acercó alegre Éder, la más pequeña de la aldea - Profe ¡Ya sé lo que quiero hacer cuando sea mayor! ¡Quiero ser como Angustias! ¡Cuéntame más historias!-