Organizaciones como Htoi y KWA hacen una labor crucial para rescatar y rehabilitar a las víctimas de trata frente a la pobre respuesta del gobierno; pero la débil actuación policial y la falta de sustento hace que las mujeres corran el riesgo de volver a caer en cualquier forma de explotación.
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1,8 millones de papúes solicitaron a la ONU una votación para obtener su independencia, la organización acaba de reconocer las violaciones a derechos humanos cometidas en Papúa Occidental
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En un hecho histórico la Suprema Corte dictaminó en septiembre de 2018 que las mujeres pueden entrar al santuario de Sabarimala, en Kerala, India, sin embargo, existe una fuerte resistencia principalmente del partido gobernante en el país.
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Revocar la patente permitiría fabricar una vacuna contra la neumonía a precios más accesibles para los 170 millones de niños sin la vacuna a nivel global.
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La manifestación coincide con el 45º aniversario del Acuerdo de devolución de Okinawa a Japón CdP/Pressenza.- Organizaciones sindicales y civiles de la prefectura de Okinawa, la más lejana de Japón, se han manifestado este domingo en rechazo al traslado de una base militar de Estados Unidos a un nuevo centro que se construye allí. Unas 2.200 personas se […]
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“… Por un instante, vi una enorme luz, tan intensa, que pensé que el sol había literalmente caído sobre nosotros… perdí la consciencia y al recuperarme, noté que estaba a 20 de metros de la ventana donde me encontraba… como estábamos en guerra, intenté practicar el entrenamiento que habíamos recibido en caso de bombardeo: tapar nuestros ojos con los dedos índice y medio para evitar que se salieran las córneas, tapar mis oídos con el dedo pulgar, y tirarme boca abajo para evitar que nuestros órganos saltaran fuera del cuerpo”
Fumiko Hashizume tenía 14 años y el destino quiso que estuviera parada frente a una ventana en una casa de Hiroshima, cuando Estados Unidos lanzó sobre esa ciudad todo el poder de un arma hasta entonces desconocida: el “Little boy”, nombre con que se bautizó a la primera bomba atómica usada con fines militares.
Su onda expansiva desintegró más de 5 kilómetros a la redonda, y el viento alcanzó temperaturas de 500 grados centígrados; todo, en apenas 5 mortales segundos. Ese 6 de Agosto de 1945, todos los relojes de la ciudad y sus alrededores se detuvieron exactamente a las 8.16 de la mañana, como un recordatorio fatal de que el hombre había retado al propio tiempo natural, deteniendo en un instante y por la fuerza, el curso de millones de vidas.
La pequeña Fumiko, sin embargo, sobrevivió a lo imposible, por eso, hoy es una “Hibakusha”, el término japonés para nombrar y recordar a aquellos pocos que vivieron para contar lo que ahí ocurrió: “Vi a gente quemada, sin rasgos humanos, con la piel colgando, las cuencas de sus ojos vacías, o con sus órganos en las manos, intentado vanamente devolverlos a su sitio… no había llantos o gritos… sólo había silencio… y fantasmas”
El relato de Fumiko es largo, aterrador y por momentos parece salido de la peor ficción negra… y precisamente, quizá porque la memoria es dolorosa, o tal vez porque resulta más conveniente olvidar, o quizá porque el tiempo y su paso todo lo borra, lo cierto es que –igual que han hecho otros países- Japón fue poco a poco “reinventando su historia”, haciendo a un lado el dolor sufrido y también omitiendo, convenientemente, el dolor causado.
En 1983, casi 40 años después de la barbarie nuclear y la total rendición japonesa que dio el triunfo a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, un grupo de estudiantes nipones se propuso conocer la verdadera historia de Japón, y decidió que eso sólo sería posible viajando a otras latitudes para escuchar el relato completo; las partes faltantes de una realidad que dentro de las fronteras de su país, les habían contado a medias.
Yoshioka Tatsuya tenía entonces 23 años, y junto con algunos amigos, alquilaron un barco para viajar por diversas naciones de Asia: “Era una idea sencilla, nuestros libros de texto estaban censurados, y nosotros queríamos saber la verdad sobre las invasiones japonesas a otros países, y lo que habíamos hecho antes y durante la 2ª Guerra, fletamos entonces un barco y nos hicimos a la mar, hacia los territorios que antes habían sido de quienes nos dijeron que eran nuestros enemigos”
La idea era sencilla, sí, pero sumamente poderosa. Yoshioka Tatsuya tiene hoy más de 50 años, y es uno de los fundadores y el actual director del “Peace Boat” (Barco de la Paz), que nació precisamente con aquel primer viaje de reconciliación asiática, capitaneado por un grupo de universitarios que salieron en busca de la verdad, y que pronto se encontraron estrechando lazos y relaciones con países que tenían su propia versión, y habían vivido sus propias tragedias.
“Nunca imaginamos lo que nos esperaba. Descubrimos que en el barco se crea un espíritu especial de convivencia y también vimos que acercarnos a la gente de otros países nos ayudaba a comprender no solamente la propia historia, sino a entender las otras realidades, entonces quisimos que otras personas tuvieran esta oportunidad, esta experiencia, por eso creamos el Peace Boat”, dice Yoshioka, cuya iniciativa lleva más de 30 años repitiendo y perfeccionando la vivencia de la paz en altamar.
Hoy, en la organización y logística de aquella primera “sencilla idea estudiantil”, ya están involucrados más de 70 personas de diversas nacionalidades, que trabajan en 8 delegaciones japonesas y una oficina en Ginebra, Suiza.
Cada viaje cuenta con por lo menos 50 voluntarios y traductores, y el número de sus pasajeros oscila entre 900 y 1,000 personas, quienes durante la travesía, pueden asistir a talleres de educación para la paz, turismo sustentable, derechos humanos, ecología, clases de idiomas y espectáculos multiculturales.
Durante sus primeros 15 años, el Barco de la Paz se trasladó exclusivamente por la región del norte asiático, pero a partir de 1999, los organizadores decidieron que era hora de ir mar adentro y difundir su mensaje en otras latitudes. Así, y desde hace más de una década, el Peace Boat organiza tres veces por año, estos viajes mundiales, y sus pasajeros tienen la oportunidad de embarcarse durante 3 meses en una aventura pacífica que incluye la visita a a entre 15 y 20 países, en cuyos puertos tienen la opción de realizar actividades relacionadas con la problemática de cada lugar: pueden visitar campos de refugiados palestinos en Jordania, conocer a víctimas de la guerra de Vietnam, conocer a asilados iraquíes para conocer sus experiencias de viva voz, o entregar la ayuda humanitaria que Peace Boat suele llevar a bordo hasta destinos tan lejanos del archipiélago como Kenya y otras naciones de África.
Este giro de timón internacional, ha supuesto para los organizadores un crecimiento en términos de experiencias y de alianzas con organizaciones locales e internacionales de los países que visitan, así como también la ampliación de sus horizontes, de su influencia y reconocimiento. Hoy, a través de la Universidad Global, por ejemplo, los viajeros tienen acceso a estudios avanzados sobre paz y sustentabilidad, aunque el Barco de la Paz se ha propuesto ir más allá en la resolución de conflictos, y para ello otorga becas a jóvenes de regiones enfrentadas.
Hasta ahora, estudiantes de Palestina, Israel, Serbia, Croacia, Chipre, India, Pakistán, Irlanda del Norte, Colombia, Estados Unidos, Corea, China y Taiwán ya se han beneficiado de este programa, y aunque a baja escala, los efectos se notan con relaciones que permanecen entre ellos más allá de las fronteras del barco… sin embargo, en este sentido, es la política la que a veces hace olas a los esfuerzos pacifistas:
“El programa de intercambio y reconciliación entre jóvenes de Israel y Palestina había funcionado muy bien, pero desde hace algunos años muchos países niegan los visados a los ciudadanos palestinos, y esto nos ha dificultado seguir con la tarea”, afirma Rose Welsch, la actual Coordinadora Internacional del Peace Boat.
Rose, como muchos de los que trabajan en el Barco de la Paz, comenzó como voluntaria y después fue contratada para realizar diversas labores de coordinación. Ciudadana norteamericana de origen, e historiadora de profesión, ella reside ahora en Japón y afirma que trabajar para este proyecto le ha cambiado la vida y le ha dado fuerza y esperanzas.
“Yo tengo una firme creencia en la posibilidad de un mundo diferente, aunque a veces me deprime ver cómo están las cosas, pero gracias a Peace Boat también he podido comprobar la fuerza del ser humano… por ejemplo, conocer a las víctimas del “agente naranja” (un arma utilizada en Vietnam) y ver cómo han salido adelante (… ) también en los campos de refugiados palestinos tuve una fuerte impresión, porque la prensa habla de ellos como terroristas, pero es gente que tiene un enorme corazón y que quiere la paz… por eso creo que debemos conocer más de estas situaciones, para poder entender mejor la realidad y las situaciones conflictivas de nuestro mundo”
Y es precisamente en compromiso con estas situaciones conflictivas del mundo que los capitanes del Peace Boat, -que a la fecha ha visitado más de 100 países en sus 60 viajes regionales y globales-, han tomado la decisión de pasar del simple mensaje pacífico a la acción humanitaria: a través del proyecto United People Alliance, los viajes llevan a buen puerto algunos de los insumos más necesarios ahí en los lugares que visitan, casi siempre colapsados: computadoras, material escolar, juguetes y otros bienes y ayudas que son recolectados en todo Japón por los navegantes voluntarios y que posteriormente son entregados en cada destino.
“El horror me rodeaba y yo no podía ni rezar… había visto cosas espantosas: personas momificadas afuera de sus casas, y recuerdo a un hombre con un agujero en la cabeza, con su cerebro goteando … pero nadie vino nunca a ayudarnos. Los gobiernos de Estados Unidos y Japón, cada uno por sus razones, quería ocultar lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, así que cada uno sobrevivió como pudo, ayudado por su familia y por otros afectados… no sabíamos nada, así que comíamos y bebíamos veneno de la tierra y los ríos.
Un día, de entre las ruinas de la ciudad, vimos levantarse un gran edificio y rogamos por que fuera un hospital para tratar nuestras heridas y los raros síntomas de la radiación… pero en realidad, el imponente lugar era un laboratorio construido por los americanos; un laboratorio a donde éramos llevados, desnudados, fotografiados y humillados… ellos no estaban interesados en curarnos, sino en observar los resultados de la bomba que habían usado…éramos sus especímenes. Yo no protestaba, pero en silencio, mi corazón gritaba: ¡Paren! ¿Por qué hacen esto? ¡Somos seres humanos, igual que ustedes!”
La bomba atómica provocó que Fumiko Hashizume perdiera a su hermano de 7 años, mientras que su madre sufrió varios tipos de cáncer; ella misma detalla cómo la piel de sus labios literalmente se derritió, y tardó 10 años en aliviarse… pero otros síntomas de la radiación continúan vigentes en ella, aún ahora, con sus más de 80 años.
Las víctimas mortales de los bombardeos nucleares se estiman entre 200 y 300 mil en los primeros cinco años, aunque es difícil determinar esta cifra, pues al día de hoy, los efectos radioactivos en Hiroshima y Nagasaki, no han desaparecido del todo. Y aunque parece imposible que un país sea capaz de olvidar un episodio tan brutal como éste, lo tristemente cierto es que muchos jóvenes del Japón actual, viven con un casi total desconocimiento de su propia historia; ni qué decir ya de los jóvenes de otros países, alejados de esta experiencia por el tiempo y la distancia.
“Nosotros en el Peace Boat decidimos crear el “Proyecto Hibakusha” (sobrevivientes de las bombas nucleares) para recuperar la memoria histórica de los jóvenes japoneses y del mundo… para recordar lo que vivimos y tratar de evitar que algo así se repita nunca, en ningún lugar del planeta”, dice Yoshioka Tatsuya, fundador y director del Barco de la Paz.
Fue así como la activista y Hibakusha, Fumiko Hashizume viajó en el barco pacífico junto con otros 99 sobrevivientes, que durante su travesía número 63 por el mundo, llevó el mensaje antinuclear de estos 100 ancianos, que contaron su experiencia a los pasajeros y a los ciudadanos de 20 países de Europa, América Latina, Australia y Nueva Zelanda, pidiendo la total supresión de este tipo de armas, y la erradicación de las guerras.
Sumiko Hatakeyama tiene hoy 24 años, diez más de los que tenía Fumiko cuando una luz nuclear le cegó el futuro. Ambas, japonesas distanciadas por dos generaciones de experiencias, se encontraron en 2008 viajando juntas en el Peace Boat. Cada una tenía entonces su propia visión del mundo y su propia idea del significado de paz.
“Para ser honesta, yo no entiendo mucho de guerras… quizá los jóvenes pensamos que quienes las sufren están muy lejos, y que no tienen nada que ver con nosotros… en ese viaje, me di cuenta que como japonesa, yo no sabía mucho sobre lo que pasó en la época que vivieron los Hibakushas y para mí fue un shock oír estos testimonios, pero también una enorme oportunidad, porque sé que ellos, los sobrevivientes del horror, quisieran, preferirían olvidarlo, pero hablan de ello y mantienen la memoria para que nosotros aprendamos hoy lo que ocurrió en el pasado y no debe volver a suceder en el futuro… para que nosotros podamos evitar las guerras y sus sufrimientos; fui afortunada y muy honrada de poder oírlos en ese viaje que me ha marcado”
Hoy, la joven Sumiko es hoy una convencida (y joven) activista por la supresión de las armas nucleares. Se ha enrolado como voluntaria permanente en el Barco de la Paz, y espera que en su futuro trabajo como profesionista, también pueda dedicarse a actividades pacifistas.
“Los jóvenes a veces pensamos que no podemos hacer nada por la paz, pero todos tenemos la posibilidad de hacer algo, con la gente que te rodea, en tu pequeño círculo… si comenzamos a ver diferente, a pensar diferente, podremos tener un mundo diferente (…) tal vez soy idealista, pero también me gustaría que los medios y los periodistas contaran más cosas de los pequeños esfuerzos que hace la gente que no quiere las guerras, porque así estaríamos todos más inspirados y veríamos que los cambios son posibles”, dice Sumiko en entrevista con Corresponsal de Paz.
La “sencilla” idea de un barco pacifista, donde los pasajeros visitan varios países y se divierten mientras aprenden, puede parecer –tal vez- soñadora y poco realista para algunos o –quizá- un proyecto de grandes dimensiones pero inocente en el fondo.
Sin embargo, durante sus más de 25 años de existencia, lo cierto es que el Peace Boat no sólo ha navegado 60 veces por más de 100 países del mundo… en realidad, sus acciones y campañas han “echado anclas” en muchos sentidos y en diversas direcciones encaminadas a la justicia, la reconciliación, la ayuda humanitaria y el cambio de consciencia en los muchos pasajeros que se han embarcado en la aventura de la paz que surca los mares.
Y no son pocos los ejemplos de la acción tangible, porque como dicen los organizadores y voluntarios del Barco de la Paz, “la experiencia a bordo te permite crear un pequeño mundo propio”… y este mundo va poco a poco creciendo y expandiendo su influencia.
Por ejemplo: a partir de 1997, el Peace Boat inició su propia campaña para la eliminación de minas anti-persona, y logró la limpieza de un área en Camboya, para luego extenderse a lo que llamaron “Campos minados por Canchas de Fútbol” en Afganistán… tiempo después, en Eritrea (África) nació el “Peace Ball”, que organiza juegos amistosos y dona balones de fútbol a niños de países necesitados.
Dice un refrán que “no hay paz sin justicia”, por eso, nacido en Japón, el Peace Boat está inmerso también en su propia historia pacífica, esa que no debe olvidar las guerras en las que fueron vencidos (como sucedió en la 2ª Guerra) como tampoco aquellas en las que fueron crueles vencedores, como es el caso de las invasiones niponas a varios de sus países vecinos. Y para recuperar la dignidad de sus propias víctimas, el Barco de la Paz trabaja en un libro de texto asiático unificado, para que nadie olvide lo que ha sucedido en esa región, y sobre todo, para convencer a sus ciudadanos de la inutilidad de la guerra en general y de los experimentos nucleares en particular.
Irak es otro de sus grandes objetivos de fondo, puesto que en su momento, y en apoyo a la invasión estadounidense, el gobierno de Japón accedió a enviar ahí a las llamadas “tropas de autodefensa”, a pesar de que el artículo 9 de la Constitución Nipona (una constitución de espíritu pacifista) se prohíbe la participación de japoneses en los conflictos armados. Basándose en este quebrantamiento de la ley, el Peace Boat, junto con la red internacional World Peace Now, (Paz Mundial Ahora) ha organizado marchas, conciertos y conferencias para poner fin al apoyo japonés en la guerra de Irak, a cuyos habitantes, por cierto, este barco ha entregado periódicamente ayuda humanitaria y medicinas a través de sus socios locales en ese país.
No. El Barco de la Paz no es un proyecto que se queda nadando en la superficie y el idealismo. Hoy en día, sus campañas permanentes incluyen temas y latitudes tan diversas como: el desarme nuclear mundial; el apoyo humanitario a la República Democrática Popular de Corea; la seguridad alimentaria y recuperación ambiental, así como el apoyo a las mujeres en la resolución del conflicto en Colombia; una campaña por el protocolo de Kyoto y otra por la recuperación mundial de los manglares; la petición para lograr una tregua mundial durante la realización de las Olimpiadas, y aún un largo etcétera de proyectos en países como Eritrea, Chile, Venezuela, Israel y Palestina, Kenya, el Salvador, Guatemala o Nicaragua
En 2010, cuando se cumplía la Década Internacional para una Cultura de Paz y No Violencia para los Niños del Mundo (decretada por la Unesco de 2001 a 2010), la tripulación del Peace Boat llevó a sus pasajeros hasta
Ecuador y Costa Rica, un país que ha decidido suprimir su ejército y cambiar los dividendos de la industria de la guerra, para invertir en sus ciudadanos.
“Los países tienen que comprender que la guerra no es sustentable” dice Rose Welsch, la actual Coordinadora Internacional del Peace Boat, quien confía en los efectos (quizá lentos pero seguros) de las acciones del Barco de la Paz: “No todos nuestros pasajeros suben al barco con ideas pacifistas o de reconciliación, pero muchos de ellos vuelven transformados del viaje y comienzan a hacer cambios; otros son personas que sí buscan la manera de transformar las cosas pero no saben cómo hacerlo, ellos regresan mucho más enfocados… y la gran mayoría de ellos son jóvenes, así que hay muchas posibilidades de que la experiencia a bordo pueda ayudar a transformar primero las mentes y los corazones, después las actitudes y finalmente las situaciones”
Los especialistas en conflictos saben que la paz es un proceso, no un golpe violento como suele ser una guerra; por ello, es muy probable que los reales efectos del Peace Boat irán notándose paulatinamente, en proporción a sus pasajeros, a las visitas en más y más ciudades del mundo, y a la maduración de las ideas de quienes, tras navegar en el Barco de la Paz, comiencen, igual que la joven Sumiko, a emprender en tierra sus propias iniciativas pacifistas.
Antes de saltar al campo, cada jugadora mete los dedos en una caja con arena del Tíbet y los pasa por su frente. Les recuerda quiénes son. Jóvenes tibetanas en el exilio, apátridas pero, de algún modo, poderosas: son las primeras mujeres futbolistas del Tíbet, las primeras que han representado a su país internacionalmente. Las Leonas de la Nieve, como se conoce al equipo del Tibet Women’s Soccer, han hecho del fútbol su propia revolución, personal y política.
“Para ellas jugar al fútbol es un acto de protesta no violenta. Salen y juegan por el Tíbet. Es su manera de decir ‘el Tíbet es un país’. Creo que tienen más pasión que cualquier otro equipo nacional del mundo”, cuenta por videoconferencia la estadounidense Cassie Childers, fundadora del primer equipo de fútbol nacional de mujeres tibetanas. La idea surgió en 2010.
Childers, de 34 años, viajó por primera vez a India a la edad de 21. El país le fascinó de tal manera que cuando acabó sus estudios universitarios, dos años más tarde, llenó una mochila y, con la intención de estudiar budismo, se instaló en Dharamsala, la capital del gobierno tibetano en el exilio, en el Estado de Himachal Pradesh, al norte del país.
“Me quedé seis meses y empezó a interesarme, más que cualquier otra cosa, el movimiento político tibetano. Siempre que podía, en vacaciones, volvía a Dharamsala y con los años, me di cuenta de los numerosos problemas a los que se enfrentan las mujeres tibetanas, la violencia doméstica, la falta de oportunidades con respecto a los hombres”, recuerda.
En el verano de 2010, los tibetanos también seguían enloquecidos el Mundial de Sudáfrica, el mismo que situó a la selección española en el Olimpo del fútbol. Fue ahí cuando supo que existía un equipo nacional de fútbol masculino pero que este deporte era inaccesible para las mujeres. “Se me ocurrió en dos segundos: voy a trabajar por este problema social y voy a ayudar al movimiento político tibetano creando un equipo femenino. Así empezó todo”.
Regresó a Estados Unidos, renunció a su trabajo como profesora en un instituto y durante un año planeó el programa Tibet Women’s Soccer, una iniciativa que echó a andar en un primer momento con el apoyo de sus familiares y amigos y el beneplácito de la Asociación Nacional de Deportes del Tíbet (TNSA, por sus siglas en inglés), el organismo oficial. Aunque las facilidades iniciales se transformarían con el tiempo.
El primer desafío fue romper el estereotipo de que el fútbol era solo cosa de chicos. “¿Qué sentido tiene que las chicas jueguen al fútbol?”, le decían una y otra vez a Childers. 27 adolescentes de entre 12 y 17 años participaron en un campamento de un mes. “Fue un gran experimento y un misterio porque ni siquiera sabíamos si iban a querer jugar”. En sus mentes no cabía esa posibilidad, nunca habían tocado un balón.
La primera vez que tocaron un balón estaban “muertas de miedo”, un mes después “estaban totalmente transformadas” / Imagen cedida
“Estaban muertas de miedo, eran muy tímidas, dolorosamente tímidas, les daba miedo hablar, incluso mirarme a los ojos. Pero la magia llegó rápidamente”, dice. Por las mañanas trabajaban temas como liderazgo, comunicación, trabajo en equipo, empoderamiento; y por las tardes jugaban al fútbol sin más finalidad que divertirse.
“Al final del mes es como si hubieran florecido, estaban totalmente transformadas, gritaban, se reían, se habían abierto por completo”. El experimento funcionó, las chicas querían jugar y, además, beneficiarse de ello. Crear un equipo nacional no solo sería bueno para ellas sino también para el país, decidió entonces.
El primer partido oficial de las chicas había provocado mucho revuelo. Corría el verano de 2012 y Cassie había acordado con los organizadores de un torneo masculino que sus leonas jugaran un partido de exhibición ante un equipo femenino de otro Estado indio.
El estadio se llenó. Unas 5.000 personas esperaban impacientes el debut de las chicas, preparados para presenciar una especie de comedia. “Para la gente era una broma, todo eran risas”, recuerda Childers. Hasta que recién comenzado el segundo tiempo, la capitana del equipo, Lhamo Kyi, marcó el primer gol de su historia y, con él, un antes y un después.
“Fueron tan valientes ese día. Jugaron un fútbol bonito, ganaron, al final podías ver el cambio en las caras de la gente. Lhamo Kyi se prepara hoy para convertirse en la primera entrenadora titulada del Tíbet.
Yangdan Lhamo y Choezom forman parte del equipo. Tienen 25 años y están estudiando en la universidad. Yangdan, centrocampista, cuenta a eldiario.es desde su casa en Dehradun que estudia Administración de Empresas y trabaja como esteticista. Choezom estudia Geografía y juega con las Leonas desde sus orígenes. Reconocen que no siempre fue fácil y que el fútbol ha cambiado su vida.
“Al principio todo eran comentarios negativos, insultos. Pero cuando empezamos a ganar torneos la gente comenzó a tenernos en consideración. De manera gradual hemos llamado la atención de nuestra sociedad y nos hemos ganado el respeto tanto para nuestro equipo como para todas las mujeres tibetanas”, destaca Choezom.
El éxito y los reconocimientos no llegaron solos. El equipo funcionaba, jugaba contra los mejores conjuntos estatales y universitarios de la India y ganaba, llegaban invitaciones de todo el país, empezó a llamar la atención de los medios de comunicación y patrocinadores. Con el dinero, llegaron también los problemas.
Las jugadoras junto a la fundadora del equipo, Cassie Childers, y su entrenador, Dompo Gorjee /Imagen cedida
“En 2014 la Asociación Nacional de Deportes del Tíbet me dijo que el equipo de mujeres se debía cancelar, que tenía que darles todo el dinero a ellos porque los equipos masculinos no tenían fondos”, recuerda Childers quien, durante meses, peleó con ellos sin lograr hacerles cambiar de opinión.
Las relaciones fueron a peor. Asegura que empezó a recibir amenazas y decidió cambiar su residencia de Dharamsala a Dehradun. Tibet Women’s Soccer se desvinculó de la TNSA, hubo una campaña mediática contra ella por denunciar la corrupción en el seno de la organización. “Trataron de intimidar a las chicas, les dijeron que no vinieran conmigo, pero lo hicieron. Fue un gran acto de desafío porque las mujeres tibetanas no desobedecen a la autoridad masculina. Ellas tomaron su propia decisión y el equipo continuó. Ahora tenemos nuestra ONG y las cosas van mejor que nunca”.
Yangdan lo tiene claro. El momento más feliz que el fútbol le ha dado fue la oportunidad de jugar contra China. En verano de 2015, una delegación de siete Leonas de la Nieve participó, por primera vez, en un campeonato internacional en Alemania, el festival Discover Football, junto a más de una veintena de países, incluido China. Nunca antes, desde que China ocupara el Tíbet en 1959, atletas de ambos países habían competido juntas.
“Sabíamos que debíamos mantenerlo en secreto”, dice Childers. Había dos razones fundamentales: si se enteraban, la Asociación Nacional de Deportes del Tíbet no les permitiría ir y China, por su parte, no enviaría a su equipo. Conseguir autorización del Gobierno indio para que pudieran viajar les costó un mes. “Viajar no era fácil porque no tienen nacionalidad oficial, no tienen pasaporte”, explica. Solo cuando estaban subidas en el avión se lanzó el comunicado de prensa que lo hizo público.
Phuntsok Dolma, Sherap, Yangdan Lhamo, Norzom, Yangzom, Dasel y Sonam Penyang aterrizaron en Berlín el 27 de junio. Era la primera vez que un equipo de deportistas tibetanas viajaba al extranjero. “Cuando llegaron las chinas fue uno de los momentos más increíbles de mi vida. Estábamos en el estadio, esperando, las chicas se miraron unas a otras y dijeron: ‘Vamos a darles la bienvenida’. Se levantaron y mientras salían de la furgoneta empezaron a abrazarlas y a saludarlas en chino. Las chinas no entendían nada”, cuenta Childers.
Yangdan Lhamo fue una de ellas. “Nos preguntaron si veníamos del Tíbet y les dijimos que no, que veníamos de la India. Entonces nos decían que si éramos tibetanas por qué veníamos de la India y les explicamos que en el Tíbet no tenemos libertad y que estábamos en la India en el exilio. Nos preguntaron que por qué no teníamos libertad y les dijimos que porque China nos la había quitado. Las chicas no sabían nada sobre el Tíbet”, dice la joven.
“El fútbol tiene un impacto político –reconoce Choezom–, hacer que la gente sepa que existe una nación llamada Tíbet y que somos una nación diferente de China. China es China. Tíbet es Tíbet”, resume. Para la fundadora de Tibet Women’s Soccer, la experiencia en Alemania le demostró que “los tibetanos y los chinos pueden estar juntos y aprender unos de otros”.
El hecho de que sus Leonas salgan de la India y jueguen en otros países es también una forma de contar la historia del Tíbet. Poder hacerlo con reconocimiento oficial de la FIFA es uno de sus sueños y el de sus jugadoras. Hasta el momento, la FIFA ha reconocido a 23 naciones no soberanas, entre las que se incluye Palestina. Aún no se ha producido en el caso del Tíbet.
Mientras llega o no ese reconocimiento, ellas piensan seguir jugando y aprovechando esa dualidad que les aporta el fútbol. “No juego por mí, juego por mi país”, sentencia Yangdan. Pero para llegar hasta ahí, han cambiado muchas cosas y ella misma lo reconoce. “Ya no soy tímida, ya no tengo miedo de nadie, el fútbol me ha dado confianza, felicidad. Ahora puedo hablar con cualquiera, puedo mirar a la gente a la cara y puedo compartir mis sentimientos”.
Seis años después de aquel Mundial de Sudáfrica, la fundadora de Tibet Women’s Soccer dice haber aprendido una lección: “Las mujeres tibetanas están preparadas para su propia revolución”.