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04/12/2014 - Estrés y Cáncer (I)

Estrés y Cáncer (I)

Artículo escrito por el Dr. Paul J. Rosch, Presidente del Instituto americano de Estrés y Profesor clínico de la Universidad de Medicina y Psiquiatría de Nueva York.

“Este es uno de los artículos más brillantes que he leído sobre la relación entre el cáncer y el estrés como posible factor etiológico de esta enfermedad. En él se recogen observaciones históricas referentes a este tema, así como estudios científicos que apuntan a esta dirección. Lo he traducido del inglés al castellano para facilitar su divulgación y debido a su extensión lo he dividido en varios artículos que iremos publicando.” Dra. Esther Ibáñez

 

La creencia de que el cáncer pueda estar relacionado de alguna manera con el estrés o las emociones angustiosas es tan antigua como la historia de la medicina documentada. Hace más de 2.000 años, en su disertación sobre los tumores, De Tumoribus, Galeno observó que las mujeres que eran melancólicas eran mucho más susceptibles al cáncer que otras mujeres, presumiblemente porque tenían demasiada bilis negra (Melas chole). Era difícil encontrar mucho escrito sobre el cáncer en la literatura médica inglesa hasta 1701, momento en el cual un médico británico, Gendron, destacó el efecto de los “desastres de la vida que producen angustia y tristeza” como causantes de cáncer. Ochenta años más tarde, Burrows atribuyó la enfermedad a “las pasiones inquietas de la mente con la que el paciente se encuentra fuertemente afectado durante un largo periodo de tiempo.”

Médicos de principios del siglo XIX como Nunn destacaron que factores emocionales influían en el crecimiento de los tumores de mama, y Stern señaló que el cáncer de cuello uterino en las mujeres era más frecuente en las personas sensibles y frustradas. En el tratado de Walshe “La Naturaleza y el Tratamiento del Cáncer” se destaca la “influencia de la miseria mental, reveses repentinos de fortuna y frecuentes ataques melancólicos en la formación de material carcinomatoso. Hace cien años, Snow revisó más de 250 pacientes en el Hospital del Cáncer de Londres llegando a la conclusión de que” la pérdida de un pariente cercano fue un factor importante en el desarrollo de cáncer de mama y útero”.

Concedo especial importancia a estas observaciones,  porque la práctica de la medicina hace cien o doscientos años era mucho más personalizada. Los médicos tuvieron que confiar más en su propia comprensión de la importancia de la historia clínica, el trasfondo emocional, y el estilo de vida del paciente, en contraste con el énfasis actual en los procedimientos de laboratorio y de imagen de alta tecnología en los diagnósticos de los pacientes. Además, su educación incluía la literatura, las humanidades y la filosofía, más que el acento actual en la ciencia. Era mucho más probable que conociesen a la familia del paciente, sus relaciones sociales y la influencia de otros factores ambientales psicosociales. También pasaban mucho más tiempo observando y hablando con los pacientes, y haciendo preguntas pertinentes acerca de los detalles, lo que es imposible en el frenético ritmo de la práctica médica especializada y relativamente superficial de hoy. Así, gracias a una formación mucho más completa, y un enfoque más personalizado, bien podríamos esperar que hayan tenido una mayor sensibilidad y apreciación de ciertos matices sutiles que podrían sugerir una posible relación entre el estrés emocional y el cáncer.

Durante el siglo XX, el interés se dirigió hacia agentes externos como causantes del cáncer. En la actualidad, una gran cantidad de sustancias cancerígenas en el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, o varios virus han sido incriminados. Todos estos enfoques implican algún asalto físico en nosotros desde el exterior, de acuerdo con la teoría de los gérmenes de la enfermedad, lo cual es bastante comprensible. El descubrimiento de Pasteur de los microbios y los logros clínicos, y la prueba ofrecida por los postulados de Koch han confirmado las relaciones causales directas entre los microorganismos y las enfermedades infecciosas. El éxito subsiguiente de diversas vacunas y los efectos de los antibióticos que podían salvar vidas parecía resolver las dudas. La gente se enferma porque algo les atacó desde el exterior. Se ha dirigido poca atención a la resistencia o susceptibilidad a la enfermedad. Pocos cuestionaron por qué ciertos individuos expuestos al mismo bacilo de la tuberculosis, virus de la hepatitis, o carcinógenos, permanecieron sanos.

Sin embargo, durante las últimas décadas, numerosos estudios de investigación clínica y en animales han seguido confirmando la importante influencia que las emociones estresantes pueden ejercer en relación con el desarrollo y progresión de diversas enfermedades, y el crecimiento particularmente maligno. Algunas de las principales características de los individuos propensos a enfermedades cancerosas parecen ser frecuentes sentimientos de desesperanza e impotencia, incapacidad para expresar ira o resentimiento, una autoestima baja y tristeza, o haber sufrido la pérdida de una relación emocional significativa. Everson et al. evaluaron la desesperanza en 2.500 hombres y encontró que seis años después fueron casi 3,5 veces mayor los casos de muertes por cáncer o enfermedades del corazón en aquellas personas que habían obtenido resultados altos en la escala que medía el nivel de desesperanza. A propósito de esta discusión, me gustaría concentrarme en la observación de Snow sobre el significado de la pérdida de una relación emocional importante como un precursor del cáncer.

Implícito en la teoría de Cannon de “lucha o huida”, está la premisa de que nuestras respuestas automáticas e involuntarias al estrés se han desarrollado progresivamente a lo largo del tiempo de evolución del hombre. Se postula que representan los cambios adaptativos que eran esenciales para la supervivencia de nuestros antepasados ​​cuando se enfrentaban a una amenaza para su vida física. La secreción de adrenalina y la estimulación del sistema nervioso simpático hace que las pupilas se dilaten para obtener mejor visión, la coagulación de la sangre se acelera para reducir la pérdida de laceraciones o hemorragia interna, la presión arterial y el ritmo cardíaco aumentan para incrementar el flujo de sangre al cerebro y facilitar la toma de decisiones, y los carbohidratos y grasas almacenados en el cuerpo se liberan para elevar el nivel de glucosa en sangre para obtener más energía. La circulación de la sangre disminuye en el sistema digestivo, ya que la digestión no es prioritaria y aumenta en los grandes músculos de las extremidades. Esto produce una mayor tensión y fuerza en los brazos y las piernas para ayudar en la batalla cuerpo a cuerpo, o en la velocidad de locomoción lejos de un escenario de potencial peligro.

Sin embargo, la naturaleza del estrés para el hombre moderno no es un encuentro físico potencialmente letal, con un tigre de dientes de sable o una tribu guerrera cada pocos meses, sino más bien una gran cantidad de estrés emocional que a menudo se produce varias veces al día. La tragedia es que éstos todavía suelen dar lugar a las mismas respuestas “lucha o huida” que no son útiles a nuestro propósito. No es difícil entender cómo estas respuestas inadecuadas al estrés pueden contribuir a “enfermedades de nuestra civilización”, como la hipertensión, diabetes, infartos, derrames cerebrales, úlceras pépticas, espasmos musculares, etc… Muchas de nuestras respuestas al estrés no parecen tener ningún sentido en términos de proporcionar algún beneficio. Cuando se está muy asustado, algunas personas experimentan “piel de gallina”, o la erección del vello de la parte posterior del cuello, y ¿Para qué nos sirve esta respuesta? Sin embargo, la estimulación de esos mismos músculos erectores del vello es responsable de la espalda arqueada de un gato en estado de defensa que le confiere una apariencia más feroz a su asaltante. También producen el erizado de las púas del puercoespín, que proporciona un mecanismo de defensa muy eficaz. Por lo tanto, todas nuestras respuestas al estrés, sin duda, sirvieron para algo útil en algún momento durante el largo curso de la evolución humana.

Es igualmente evidente que a menudo reaccionamos exageradamente a estímulos con respuestas que son perjudiciales. Esto lo vemos en el desarrollo ocasional de queloides deformantes durante la formación excesiva de cicatrices en la curación de heridas. Del mismo modo, el cáncer de labio se puede desarrollar en los fumadores de pipa de arcilla en el lugar del tejido dañado por el calor que está tratando de repararse a sí mismo. Hay otros casos en que los cambios evolutivos adaptativos pueden acabar siendo perjudiciales. En el capítulo que escribí en 1958 en el que hablaba del concepto de Seyle de “Enfermedades de Adaptación”  me referí a la teoría del “oportunismo” en el proceso evolutivo. Esto se refiere a la respuesta del organismo para cubrir una necesidad con cualquier medio disponible, incluso si esa respuesta puede en última instancia resultar perjudicial. El ejemplo citado en ese momento era la enorme variación en el desarrollo de diferentes cuernos en veintitrés especies de antílopes africanos. Algunos cuernos son obviamente demasiado pequeños para ser eficaces, tales como los del Duiker, mientras que otros son difíciles de manejar, como en el kudu. Como se observa esta tremenda variación, las marcadas alteraciones en la configuración anatómica y efecto funcional no parecen tener ningún propósito adaptativo útil o racional, y son más bien un perjuicio. Si tuviera que volver a escribir ese artículo hoy, seleccionaría el desarrollo de tumores malignos en el hombre como tal vez un ejemplo más dramático de “oportunismo” en el proceso evolutivo, por las siguientes razones.

A medida que se desciende la escala filogenética, la incidencia de cáncer disminuye progresivamente, y está ausente en las formas primitivas de vida. Por el contrario, la capacidad del organismo para regenerar los tejidos lesionados o perdidos aumenta proporcionalmente. Organismos más simples, incluyendo algunos invertebrados, son capaces de seccionar partes de su anatomía cuando están heridos. Obviamente, esta capacidad tendría un valor de supervivencia sólo si el animal poseyera una habilidad igualmente notable para regenerar la parte perdida con restos de células disponibles. Por lo tanto, a una estrella de mar le puede crecer un nuevo apéndice, y a una salamandra o tritón le puede crecer una nueva cola o una pierna si se la corta. Los seres humanos, sin embargo, no tienen tales poderes reparadores o regenerativos, excepto tal vez para el hígado y el bazo, que son de naturaleza similar a los órganos que se encuentran en las formas inferiores de vida.

Creo que algunos tipos de cáncer pueden representar un vestigio de esta primitivo potencial regenerativo. Cuando sufrimos una pérdida o lesión, se dispara un intento de responder con actividades de sustitución similares. Desafortunadamente, este nuevo crecimiento, o neoplasia, pueden llegar a ser perjudiciales en lugar de funcionales. Los experimentos con productos químicos que pueden producir cáncer cuando se aplica a la piel o se inyecta en animales de laboratorio y en humanos apoyan esta hipótesis. Cuando estos mismos carcinógenos se inyectan en la pata de una salamandra, no da lugar a cáncer, pero sorprendentemente hay crecimiento de un nuevo miembro accesorio en ese lugar. Si se inyecta la misma sustancia carcinogénica en el cristalino del ojo, la salamandra regenerará una nueva lente. Por lo tanto, un estímulo cancerígeno idéntico puede producir ya sea la regeneración intencionada, o una malignidad fatal, dependiendo del desarrollo evolutivo del organismo.

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26/09/2014 - El poder terapéutico del agua de mar

El poder terapéutico del agua de mar

El concepto de agua mineromedicinal, aplicable al agua de mar más que a ninguna otra, es tan antiguo como la humanidad. Es el tiempo glorioso de los balnearios, cuando curarse significaba cuidarse: y se hacía con calma y parsimonia. Eso fue antes de que nos tragásemos el bulo del milagro químico, que nos promete salud a base de pastillas: sin necesidad de cuidarnos, e incluso descuidándonos y maltratándonos.

Porque es verdad que hay algo infinitamente mejor que el medicamento: eso lo sabían muy bien los griegos, que al conjunto de factores que nos proporcionan una vida sana lo llamaban “diaita” y nosotros lo dejamos en “dieta”, que tampoco está mal.

Y por ahí andamos, buscando una forma de vida integral que nos lleve a conservar la salud o a recuperarla si ha sufrido mengua. Nuestros antepasados adinerados dieron con los balnearios, en los que se pasaban algunas temporadas: y bien que les iba. También nosotros hemos descubierto ese valor, pero con la ventaja de que hemos dado con el mejor de todos los balnearios posibles, con el mejor clima a muchísimos efectos, y con la mejor agua. Y encima gratis, sin necesidad de que antes nos hagamos ricos. Hemos descubierto el mar y la playa: y ahí que nos vamos todo el tiempo que podemos, porque en la playa acaudalamos salud y bienestar.

Resulta que por el simple hecho de respirar el agua de mar que pulverizan las olas al romper, y sin que sea preciso hacer nada especial, durante todo el tiempo que estamos bañándonos en el mar o tomando el sol y divirtiéndonos de cualquier manera en la playa, estamos realizando las más extraordinaria terapia para las vías respiratorias. Por eso todo el que va a la playa con alguna afección respiratoria, no sólo le pone remedio rápido, sino que además queda como vacunado contra esas afecciones por bastante tiempo. Afortunadamente la técnica ha sido capaz de imitar ese efecto de la naturaleza con nebulizadores por ultrasonidos, muy económicos, y que producen los mismos efectos terapéuticos.

Agua de MAr 91


¡Y qué decir del efecto beneficioso del agua de mar en la piel! Quien más, quien menos, se ha encontrado con alguna herida en temporada de playa, y ha observado con estupor cómo se le cerraba y cicatrizaba limpiamente en tres días gracias a los baños con agua de mar. Se enteran también muy pronto de sus beneficios los que llegan con hongos en los pies, con sudor insano, con piel enfermiza, con erupciones y con acné; los que tienen grasiento el cuero cabelludo, los que producen mucha caspa o pierden demasiado pelo. Todos ellos vuelven nuevos y con un aspecto de salud desbordada por todo el cuerpo.

Pero es que los baños en agua de mar, más el sol, más la arena, más el microclima de la playa, el más privilegiado por juntarse ahí cielo, mar y tierra, ejercen un efecto sedativo en el sistema nervioso y regulan de forma extraordinaria todo el sistema hormonal.

Todo eso por fuera. Pero cuando te da un revolcón una ola y te bebes una gran bocanada de agua de mar, entonces le das la ocasión de trabajarte también por dentro. ¿Cómo? Si se trata de un buen trago, el efecto es laxante y por consiguiente purgante. No está mal contar con un remedio tan efectivo para un mal tan extendido y para una limpieza que conviene hacer un par de veces al año. En tal caso ya no hay que contar con la bocanada ocasional, sino con aprovisionarse y tenerla siempre en casa.

Ese efecto lo tenemos bebiendo agua de mar tal y cual y en cantidades importantes. Pero hay otras formas de beberla, más pausadas, pensadas para retener en el cuerpo la riqueza mineral de la más completa de las aguas minerales puesto que contiene la totalidad de los elementos de la Tabla periódica que se encuentran en la tierra, y que forman parte de todos los seres vivos. Indispensables por tanto para que nuestro organismo funcione a la perfección.

Si tenemos en cuenta que toda enfermedad tiene su origen en la carencia de elementos constitutivos de nuestra estructura orgánica y de nuestro funcionamiento fisiológico, y que la materia prima de todo ser vivo y de toda nutrición son los minerales, llegaremos fácilmente a la conclusión de que la primera medida para atajar las enfermedades, es proveer adecuadamente a nuestro organismo de la materia prima: la totalidad de los minerales, que únicamente están disponibles y directamente asimilables en el agua de mar.

                                                                                         

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                                                                                                                             Mariano Arnal

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11/09/2014 - Respiración y cuidado de la Salud

Respiración y cuidado de la Salud

La Respiración y cuidado de la Salud van de la mano. La respiración es un acto natural que realizamos de manera autónoma y sin control consciente. Podemos pasar varios días sin comer, aunque menos también unos sin beber agua, pero no más de 3 minutos sin respirar.

Tipos de Respiración

El tórax y el abdomen permiten tres clases de respiración:
o Abdominal, esta es la respiración más natural y simple porque consigue la mayor capacidad con el mínimo esfuerzo.
o Torácica, permite la contracción y dilatación de la parte media de los pulmones. La mejor posición para practicarla es sentada y contrayendo el abdomen mientras se inspira.
o Respiración clavicular, no tiene ventajas, es la respiración que hacemos cuando estamos angustiados y sólo ventila la parte más alta y estrecha de los pulmones.
La respiración completa incluye los tres tipos de respiración y ventila los pulmones en profundidad. Los bebés y los niños pequeños respiran bien y sin esfuerzo. Pero, los adultos perdemos este patrón correcto y sano de respiración.
Abandonamos la respiración abdominal y sobre utilizamos el área torácica y los músculos pectorales y de los hombros para inhalar.

Muchos somos los que respiramos mal, el estrés y la ansiedad, nos hacen retener la respiración y con ello aumentamos el miedo y la ansiedad, por la poca toma de aire. Respirar bien es estar sanos, al absorber más oxígeno evitamos problemas como el asma, la fatiga crónica, se alivian migrañas y dolores de cabeza, mejora la circulación, además de liberar la tensión acumulada, disminuir la ansiedad y aumentar nuestra autoestima.

Respiración y cuidado de la Salud: Las emociones

La respiración está muy relacionada con nuestro estado emocional. Una de las primeras reacciones de defensa que aprendemos de pequeños, es contener la respiración en situaciones de miedo o estrés. Esto reduce la energía del cuerpo al igual que los estímulos, sufriendo menos.
Cada emoción hace que respiremos de una forma diferente. Pero además, también cambia la expresión de la cara, la postura corporal y la tensión muscular.
Muchas personas adultas no pueden hacer una respiración abdominal profunda, la hacen torácica. Viven en alerta constante, sin poder desconectar de ese estado. Una respiración profunda y relajada, en momentos emocionales intensos, nos ayuda relajarnos.
Pero también una mala dinámica respiratoria en la que el diafragma no puede bajar genera angustia. El diafragma distribuye la energía por nuestro cuerpo, ayudando a equilibrarlo. Abre o cierra nuestro canal energético consciente.
Además de las emociones, la alimentación, una buena digestión y el ejercicio físico, intervienen directamente en la respiración.

Consejos para respirar bien

He aquí unos consejos para respirar correctamente, seguidlos, ya que son muy sencillos: Con la cabeza recta y los hombros hacia atrás, inspirad profundamente por la nariz (notareis que el estómago se os hincha), aguantad unos segundos la respiración. Expulsad despacio el aire mientras el abdomen se contrae y volved la posición inicial. Según la frecuencia de la respiración podéis lograr unos beneficios u otros. Si es rápida y rítmica nos da energía y si es más pausada nos ayuda a controlar el estrés y la ansiedad o tiene beneficios en caso de problemas cardiovasculares. Se aconseja aprovechar los primeros minutos del día para oxigenarnos, podemos hacer de los ejercicios de respiración un hábito diario saludable. Nuestra salud física y mental lo notará.

Las técnicas de control de la respiración nos ayudan a que aprendamos a utilizar todos los elementos que forman la respiración, los modos, procesos y estilos de respiración.

Las culturas orientales desarrollaron diferentes técnicas de relajación muy relacionadas con el proceso de respiración. Muchas de estas culturas han trabajado a lo largo del tiempo centrándose en la práctica consciente de los ejercicios de respiración atribuyéndolas a fines religiosos, filosóficos y curativos.

Una respiración muy rápida aumenta los conflictos emocionales y si se convierte en una rutina también puede acrecienta nuestros temores. La forma de respirar correcta debe crear un equilibrio entre el oxígeno y dióxido de carbono que evite los efectos negativos

JOSEP MASDEU BRUFAL
Naturópata

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