En el número d’aquesta setmana, la revista El Siglo em publica l’article que trobareu transcrit a continuació.
Una Europa contra la resignación y la vergüenza
Cuando el pasado miércoles 9 de octubre, el primer ministro italiano, Enrico Letta, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, visitaron la ciudad de Lampedusa, tristemente conocida por ser el lugar donde van a morir, literalmente, las esperanzas de centenares de africanos que huyen de la miseria buscando la prosperidad europea, fueron recibidos con gritos de “vergogna” (vergüenza) por algunos de los allí presentes.
La visita se producía apenas una semana después del más trágico de los accidentes de pateras repletas sucedidos cerca de sus costas, en un naufragio en el que los cadáveres se cuentan por centenares, y apenas un día después de que los 28, reunidos en Luxemburgo en el Consejo de Ministros de Interior de la Unión Europea, fueran incapaces de avanzar en una política migratoria más humana y solidaria, tras la petición en este sentido de la delegación italiana.
El Papa Francisco, apenas unos días antes, había utilizado la misma palabra, vergüenza, para referirse tanto al naufragio como a una situación que permite cuando no promueve que sucedan. “Hablando de crisis, hablando de la inhumana crisis económica mundial, que es un síntoma grande de la falta de respeto por el hombre, no puedo dejar de recordar con gran dolor las numerosas víctimas del enésimo trágico naufragio ocurrido hoy cerca de Lampedusa”, añadía.
La crisis económica, pero también la crisis institucional y de valores afecta en especial a nuestra Europa. Una Europa que bajo el peso de la crisis económica y social, de las políticas de austeridad, de la desunión de los Estados que la integran, de la presión sobre sus fronteras de aquellos que viven permanentemente en una verdadera crisis humanitaria, está faltando a los principios fundacionales que la vieron nacer y que nos deben regir siempre. Una Europa que está perdiendo a pasos agigantados su papel central en el mundo, tanto en el punto de vista diplomático (como se ha visto en los conflictos armados de los últimos años), como desde el punto de vista económico (ante la pujanza de Asia, como bien describe Javier Solana en un reciente artículo), o desde el punto de vista institucional, especialmente desde el fracaso de la nonata Constitución europea.
Hoy Europa aparece más paralizada que nunca. Y son pocos, por desgracia, los que confían en que Europa vuelva a brillar como el punto de referencia que supuso su creación después de la segunda guerra mundial.
No debemos resignarnos a que las próximas elecciones al Parlamento Europeo sólo levanten pasiones entre los sectores euroescépticos, populistas, demagógicos, nacionalistas o soberanistas. Tampoco debemos ceder ante quienes quieren desviar el debate europeo hacia debates internos o, en el caso de Cataluña, quieren convertirlas en un ‘ensayo general’ de la consulta sobre el futuro del autogobierno. Ante problemas como los del paro o los que han llevado a la tragedia de Lampedusa, hay que alzar la bandera de un debate verdaderamente europeo.
No debemos resignarnos a que en las costas de los países del Sur mueran inmigrantes huyendo de la miseria, de la guerra, de los conflictos, ante la pasividad de las instituciones. No debemos resignarnos a no tener una posición común ante conflictos armados que ocurren en la otra orilla del Mediterráneo (Túnez, Libia, Egipto, Siria). No debemos resignarnos al dogmatismo de la austeridad que hace recaer los costes de la crisis sobre los sectores más débiles, y menos aun cuando países como Japón o Estados Unidos están demostrando que la política de estímulos a la economía es una opción mejor.
No debemos resignarnos a tener una Europa sin voz y sin alma. Muda ante los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad y desalmada frente a las tragedias humanas que se viven dentro y junto a sus fronteras.
Europa no debe resignarse frente a las injusticias, no debe avergonzar a los europeos, debe estar al lado de los que sufren, asegurando la cohesión social y el equilibrio territorial, así como la solidaridad con los pueblos vecinos y con más capacidad de influencia económica y geoestratégica en el mundo que viene.
Ésa es la Europa que soñaron Schuman y Monnet, la Europa federal de Spinelli y la Europa social y de la solidaridad con la que estamos comprometidos los socialistas, socialdemócratas y laboristas que integramos el Partido Socialista Europeo y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo.
