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Sor Teresa Forcades, doctora en medicina y teología, además de monja benedictina, es un punto de referencia para una serie de personas que se sienten atraídas por la sinceridad con que plantea sus ideas. Fue famosa su campaña contra las farmacéuticas, y no menos llamativa vienen siendo sus posturas en torno a determinados temas de la Iglesia. Deella se podría decir que no deja indiferente a nadie. Y, ahora más, con sus recientes declaraciones (1).

Forcadas ha propuesto que «se supriman los partidos políticos o que tengan una modificación radical». Vayamos por partes: nada que objetar a la segunda opción, vale decir, que los partidos políticos (también el conjunto de los sujetos sociales, añadiría un servidor) se propongan su «modificación radical». Es, por tanto, sobre la «supresión de los partidos políticos» donde conviene analizar la propuesta de Forcades.

Se dirá que es una propuesta cuya voz clama en el desierto. Me digo: de momento. El descrédito de los partidos es de tal envergadura que posiblemente irán apareciendo voces en parecida o idéntica dirección. Por otra parte, la monja benedictina no ha dicho, todavía, qué sujetos substituirían a los partidos. Más todavía, si de lo que se trata es de ultrapasar la democracia para substituirla por una oclocracia invertebrada: algo, en cualquier caso, que ya no es democracia porque no es capaz de dar expresión a toda la pluralidad de anhelos, intereses, ambiciones y reivindicaciones, no pocas de ellas  contradictorias entre sí que bullen en el fondo de la sociedad civil. Pero los partidos políticos son una institución necesaria, más aún, imprescindible, para dar expresión y recorrido a ideas y propuestas que no tendrían sin ellos ninguna posibilidad de llegar a ser conocidas y debatidas en la plaza pública.

Más aún, en estos tiempos de demagogia en tiempos del cólera, vale la pena traer a colación las notas de un lúcido Paco Rodríguez de Lecea que guardo como oro en paño: «Podemos (debemos) ser críticos con la calidad de nuestra democracia y con el papel que juegan en ella los partidos políticos "reales", los que tenemos. Pero si suprimimos la institución, si destruimos el libre juego de los partidos en el gobierno y en la sociedad, cercenaremos la posibilidad de que surjan nuevas opciones políticas, menos viciadas en su forma de actuar que las que estamos criticando; y anularemos la eventualidad, no excluible de ningún modo, de un resanamiento de la forma de funcionar de los partidos actuales. O de algunos de ellos, que también me parece injusto meterlos a todos en el mismo saco. En definitiva, sin partidos no estaremos mejorando la democracia, sino anulándola. Estaremos tirando por la ventana el niño con el agua sucia de la palangana». Es posible, me digo, que la Forcades lo sepa. 

Mucho me temo que, tras una hipotética supresión de los partidos políticos, estaría cantado el camino para la anomia cronificada. A no ser que dicha oclocracia estuviera gobernada por un grupo dirigente que actuaría tiránicamente y, en el fondo, sería un partido de vanguardia. O, peor todavía, en un neo savonarismo que ya se experimentó en la Florencia tardomedieval.
Por otra parte, conviene traer a colación algunas cosas de gran formato. ¿Puede la soberanía popular intervenir en todas las cosas, especialmente las más sensibles? Esto es, ¿está facultada para decidir sobre la supresión de los partidos? ¿Y por qué no sobre los sindicatos y otros agentes sociopolíticos? ¿Puede la soberanía popular, siguiendo ese itinerario, suprimir las libertades políticas y los derechos humanos? No se trata de una extravagancia sino del resultado de una extorsión de lo decidible o no por la soberanía popular.
Norberto Bobbio, y posteriormente Luigi Ferrajoli, han hablado atinadamnte de que la democracia es, también, lo que debe decidirse y, al mismo tiempo, lo que no puede decidirse. Se trata, según ellos, de una convención democrática que vale en democracia. Esto es, el «cómo» y el «qué». O, en otras palabras, hay un coto vedado en la democracia sobre una serie de materias que son indecidibles por la soberanía popular. Que comparto plenamente. Cosa que una intelectual como Forcades debería conocer. Debería saber, por ejemplo, que ninguna mayoría, ni siquiera por unanimidad, puede decidir la abolición o reducción de ciertas materias.  Lo que nos lleva a una reflexión sobre los límites sobre el «derecho a decidir» en una democracia.
Y, mientras tanto, como buscando ayuda, me pongo a revisitar una de las obras canónicas de Luigi Ferrajoli, Democracia y garantismo, publicada en Trotta en 2008.      


(1) http://www.vilaweb.cat/noticia/4153557/20131102/teresa-forcades-insisteix-caldria-abolir-partits-politics.html


Font: upec
03/11/2013
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