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Según parece dos señoronas se disputan un espacio, todavía indeterminado, en el Partido apostólico. Son, dicho por convencional orden alfabético, Aguirre y Botella.  ¿Es Madrid que, a pesar de ellas, sigue siendo la capital de la Gloria? Posiblemente, aunque deba descartarse que la disputa sea por eso que se conoce como «liderazgo moral». La competición tiene que ser por un territorio físico, tangible. De momento les une dos bravuconadas, de añeja virilidad: una, la aplicación de la doctrina Parot y, otra, la cosa catalana. Más adelante, ya veremos qué las unirá y qué las separará.  

El gobierno es débil con Cataluña porque no manda a la Brunete a bombardear Barcelona y el gobierno es débil porque permite, impávido, la salida de los presos (violadores y etarras), afirman lenguarazmente. Naturalmente, el gobierno es del Partido apostólico, en el que ambas militan. Aguirre y Botella saben, sin embargo, que bombardear Barcelona y no aplicar la doctrina Parot es, como dijo el genio, «imposible y, además, no puede ser». Pero insisten en ello. De manera que esa disputa entre las dos señoronas encierra una extraña paradoja: a pesar de que parten de una coincidencia están marcando, por separado, el terreno propio frente a la dirección del Partido apostólico. Se trata, a mi parecer, de una competición personal a través de un mismo populismo, apoyada por diversas facciones apostólicas cuyo destino es la caverna; de un populismo como práctica de degradación de la democracia. Es la lucha por el poder en estado químicamente puro, ambas con idéntico objetivo: seguir desregulando la economía, incrementar la privatización de lo público y restaurar los valores, no ya conservadores sino reaccionarios.   

Ahora bien, hay algo más, que no es irrelevante. Ambas señoronas necesitan lanzar toneladas de tinta de calamar para contrarrestar dos situaciones que les son extremadamente perjudiciales: Aguirre, que está bajo el punto de mira de la Justicia por la trama Gürtel y Botella con sus repetidos escándalos y fracasos en la política municipal de Madrid. Así pues, necesitan «más madera» para desviar la atención mediática y el hartazgo que ambas provocan en la ciudadanía. Así pues, necesitan la tradicional munición que es recurrente en estas situaciones: el enemigo exterior. O sea, Cataluña y los jueces. El primero es un enemigo exterior de rancio abolengo en la derechona española; el segundo (los jueces) es mucho más reciente.

La batalla de Madrid no es irrelevante. En primer lugar, porque se desarrolla en el corazón del poder; en segundo lugar, porque Aguirre y Botella tienen vínculos estrechos con los coros de ángeles y arcángeles del Partido apostólico. De ahí que la disputa no sea fundamentalmente madrileña, aunque todavía no tenga una repercusión «de Estado». Ahora bien, ninguna de las dos tiene continencia verbal, por lo que sus «ambiciones y reflexiones» (que diría Belén Esteban) pueden llegar a más. La única diferencia entre ambas es: Botella, que está casada con el altísimo, será sumisa; Aguirre, políticamente soltera, no tiene nadie –que se sepa--  que le ponga un bozal, de manera que tiene libertad para ir, como Enviada de Celia Gámez en la Tierra, por la calle de Alcalá con los nardos apoyaos en la cadera.

En resumidas cuentas, ambas coinciden con el Manifiesto de los Persas y  pugnan, cada una por su lado, por quién lo encabeza.
Pues bien, estando así las cosas ¿es una temeridad pedir a las izquierdas madrileñas que apacigüen sus viejos y nuevos litigios internos como una parte –no suficiente, pero sí aproximadamente necesaria— de la hipótesis para desalojar lo que representan ambas señoronas?  Tengan en cuenta al viejo Jorge Manrique: «Recuerde el alma dormida / abive el seso e despierte / contemplando…».  



Font: upec
04/12/2013
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