Se dijeron tantas banalidades rayanas algunas en la imbecilidad en el funeral y homenaje a Nelson Mandela, se congregaron tantos “amos” del mundo dispuestos a representar el papel que correspondía bajo una lluvia (esa sí) implacable, que conforta encontrar quien ponga en un lugar de destaque el papel de las grandes empresas en el mantenimiento del apartheid y de un capitalismo (que cobra fuerza otras latitudes y con otros ropajes) rayano en la esclavitud.
Bastaba con mirar las tribunas VIP del estadio Soccer City. Los representantes (o sucesores) al máximo nivel de las grandes multinacionales y grandes vendedores mundiales de armas (que habían exportado a la Sudåfrica del apartheid) estaban en lugar destacado en el escaparate mundial de Pretoria. Quien tradujo sus discursos a una supuesta lengua de signos era tan poco de fiar como las intenciones pasadas y presentes de los exportadores de armamento, con USA a la cabeza y ya España en sexto lugar. El periodista Ivan du Roy se centra en el papel que jugó Francia y sus principales empresas en el mantenimiento del régimen de Pretoria con la venta de armas y tecnologías nucleares e industriales, jugando a “fintar” alegremente las sanciones establecidas por la ONU al respecto, pero sirve para el resto. Cuando se condenó a Mandela a prisión perpétua, el demócrata general De Gaulle Francia intensificó sus relaciones comerciales con Sudáfrica, triplicando en una década sus exportaciones que superaron en 1973 los 1000 millones de francos de la época. De hecho, Francia se convirtió en el segundo mayor proveedor extranjero del régimen racista, detrás del Reino Unido, pero por delante de Estados Unidos y Alemania Occidental. Es decir, un “proveedor estratégico” que en su momento denunciaron organizaciones pacifistas.
“85 empresas francesas operaban e invertían en Sudáfrica masivamente. La Compagnie générale d’électricité y sus empresas filiales, las antepasadas de Alcatel y Alstom suministraban maquinaria para ferrocarriles o electricidad y televisores (Thomson). Renault y Peugeot vendían sus motores y la familia Wendel, una pieza clave de la siderurgia francesa (accionista de Usinor, que se convirtió posteeriormente en ArcelorMittal), compra el carbón del apartheid para alimentar sus fábricas. Los grandes grupos de construcción – incluyendo Dumez, que más tarde pasó a formar parte del Grupo Vinci, y Spie Batignolles- se encargan de las terminales portuarias, las centrales hidroeléctricas y las autopistas. La empresa que en 1991 se llamará TOTAL tiene importantes intereses en las refinerías del sur de África, y se asocia con Shell y BP. EDF y Framatome -entonces integrado en Areva- construyeron la primera central nuclear de Sudáfrica En 1976, Francia firmó un contrato para la construcción de la central nuclear de Koeberg, y se comprometió a formar un centenar de ingenieros y técnicos para el mantenimiento de la planta.” Como escribió en su momento Ruth First, asesinada por orden de oficiales afrikaners en 1982, el banco francés Crédit Lyonnais y la Banque d’Indochine et Suez (ahora filial del Crédit Agricole), aportaron el 82 % del capital.
Los negocios prosperaban en Sudáfrica porque el régimen del apartheid proporcionaba a su “economía blanca” una mano de obra negra, abundante y muy barata. En abril de 1968 el primer ministro John Vorster afirmó: “Es cierto que hay negros que trabajan para nosotros, y lo seguirán haciendo durante generaciones (…). Pero el hecho de que trabajen para nosotros nunca puede permitirles hacer valer sus derechos políticos. Ni ahora, ni en el futuro, ni en ninguna circunstancia”. Un buen motivo y una excelente promesa para que las grandes empresas de todo el mundo invirtieran en Sudáfrica, a pesar de que la OIT describía su “modelo” laboral como “un sistema indirecto de trabajo forzoso” con dos códigos separados de trabajo, uno para los blancos y otro para los negros, prohibición de que estos últimos participararan en la negociación colectiva, ni tampoco se reconocieran sus sindicatos mientras se reprimían con gran violencia las huelgas de los trabajadores africanos. En 1975, un trabajador negro de las minas de carbón recibe un salario diez veces menor que el de los trabajadores blancos. En la construcción o la industria, el sueldo de un negro es cinco veces menor que el de un blanco. “El apartheid da como resultado que los trabajadores africanos sufran una doble opresión: como africanos sufren la discriminación inherente al sistema de apartheid que institucionaliza su subordinación, y como trabajadores sufren el control casi total del estado en la determinación de sus salarios, base económica base del sistema” sigue explicando Ruth First. Y de ello se beneficia la inversión extranjera, que controla el 80 % de la actividad productiva de Sudáfrica, sobre todo la minería de carbón y la extracción de oro.
El 16 de junio de 1976 miles de estudiantes de la localidad de Soweto (Johannesburgo ) protesta contra la segregación escolar. La manifestación fue brutalmente reprimida. “Al principio, la policía azuzó a los perros contra la multitud y para amplificar el pánico, lanzaron gases lacrimógenos antes de disparar munición real. Conclusión : al menos 575 muertos. Un año más tarde, la votación de la ONU consigue finalmente que el embargo de armas sea vinculante. Pero ya no importa porque el régimen del aparheid está bien abastecido. Han comprado armamento suficiente para que el régimen racista pueda mantenerse 15 años más.
Como explicaba Ruth First en 19179, lejos de ser un obstáculo para el crecimiento económico en África del Sur, el capitalismo racial del apartheid fue la causa de la extraordinaria tasa de crecimiento de la economía. Y las inversiones extranjeras lo fortalecieron. Su excusa formal: que no cayera Sudáfrica en manos comunistas. Y aunque Mandela, al recobrar la libertad casi tres décadas después de su sentencia les diera una gran lección ética y política, dificilmente podían ni querían entenderla. En cambio, sí comprenden los beneficios que supuso la Guerra Fría para las grandes firmas (no sólo de armamento) y para las instituciones financieras. Y sí podemos entender nosotras que su rentabilidad depende en crear nuevos aparheids (ahora de gente pobre, sea cual sea el color de su piel) sin derechos, ni sindicatos, hundidos en la precariedad de los soweto cotidianos. Trabajadoras y trabajadores, estudiantes o científicos, en activo o en el paro, a los que seguir aterrorizando, explotando, maltratando, y expropiando. Porque aunque ahora hablen de otras cosas y se inventen su neolenguaje, aunque incluso se llenen la boca alabando a Nelson Mandela, los motivos de fondo que les mueven y la avaricia que les impulsa son los mismos. Y de nosotras depende que dejemos que nos engañen.
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Informaciones básicas tomadas de Hommage à Mandela
