Nota. Publicamos el prólogo de Alexis Tsipras al libro de Slavoj Žižek y Srećko Horvat, “Cosa vuole l’Europa?”. Traducción de JLLB
Alexis Tsipras
Desde la mitad de los años noventa, y durante casi toda la década del 2000, Grecia estaba en pleno crecimiento. Esta expansión económica tenía dos características principales: un gigantesco aumento de los beneficios sin impuestos para los ricos, un sobreendeudamiento y un aumento del desempleo para los pobres. El dinero público ha sido depredado de maneras muy diversas y el sistema económico se ha limitado esencialmente a favorecer el consumo de bienes importados de los países europeos ricos. El modelo «dinero barato, mano de obra a bajo costo» se ha presentado como un ejemplo a seguir para las economías dinámicas emergentes.
Pero la crisis de 2008 lo cambió todo. Los bancos, tras sus movimientos especulativos, se encontraron peligrosamente endeudados y pudieron salvarse solamente gracias al dinero público. Sin embargo, los Estados descargaron sobre la sociedad el rescate de dichos bancos. El distorsionado modelo griego estalló y el país, no pudiendo pedir préstamos al mercado, se encontró dependiendo de los préstamos del FMI y del Banco Central Europeo, que exigían medidas draconianas.
Dicho programa, que adoptaron sin inmutarse los gobiernos griegos tenía dos partes: la “estabilización” y las “reformas”. Son dos términos, cuya connotación positiva está destinada a enmascarar la catástrofe social que ambas provocaban.
Así, la “estabilización” prevé una devastadora fiscalidad indirecta, recortes del gasto público sin precedentes, desmantelamiento del Estado de bienestar, particularmente en el campo de la sanidad, la enseñanza y la seguridad social; así como numerosas privatizaciones, comprendidas las de los bienes públicos básicos como el agua y la energía.
Las “reformas”, sin embargo, invocan la liberalización de los despidos, la eliminación de los convenios colectivos, la creación de «zonas económicas especiales» y, en general, la puesta en marcha de regulaciones que permitirían a los grandes intereses económicos invertir en Grecia de manera colonial, como si fuera Sudán del Sur. Todo esto es sólo una pequeña parte de lo que prevé el «Memorando» griego. Es decir, el acuerdo firmado por Grecia con el FMI, la Unión Europea y el Banco Central.
Estas medidas habrían podido abrir el camino a una salida de la crisis. El riguroso programa de “estabilización” debía conducir a un superávit presupuestario, permitiendo a Grecia no sólo no tener necesidad de pedir préstamos, sino pagar su propia deuda pública. Mientras tanto, las “reformas” permitirían reconquistar la confianza de los mercados que --viendo cómo se desmantelaba el Estado del bienestar y el mercado laboral repleto de trabajadores pagados míseramente, desesperados y sin protección— se precipitarían a invertir sus capitales en Grecia. De ese modo se concretaría un nuevo “crecimiento”: lo que no sucede en ningún sitio, excepto en los libros sagrados y en las cabezas más perversas del neoliberalismo global.
Este programa debía ser aplicado de manera rápida e inmediata para permitir a Grecia emprender velozmente el camino del crecimiento. Pero tres años después de la firma del memorando, la situación fue de mal en peor. La economía ahonda la crisis y, naturalmente, nadie paga los impuestos, simplemente porque la gente no tiene dineros para hacerlo. Los recortes del gasto han llegado a mismo corazón de la cohesión social, creando las condiciones de una auténtica crisis humanitaria. Seamos claros, estamos hablando de personas que buscan en los contenedores de basura lo que haya para comer y duermen en las aceras, de pensionistas que ni siquiera pueden comprar pan, de familias sin electricidad, de enfermos que no tienen acceso a los medicamentos ni a ser atendidos. Todo ello en el interior de la eurozona.
Evidentemente, no vimos a los inversores desde el momento que un «desordenado default» del país todavía es posible. Los autores de este memorando, ante este trágico colapso, vuelven a imponer cada vez más impuestos y recortes al gasto. La economía griega ha entrado en un círculo vicioso de recesión incontrolada que no lleva a ninguna parte, sólo a un completo desastre.
El plan de “salvación” de Grecia (otro buen término para describir la devastación en curso) ignora un principio fundamental: la economía es como una vaca; se nutre de hierba y da leche. Es imposible reducir su ración de hierba en tres cuartos y pretender que produzca cada vez más leche. Simplemente se moriría. Esto es exactamente lo que está pasando hoy en la economía griega.
La izquierda griega ha comprendido desde el inicio que la austeridad empeoraría la crisis en vez de curarla. Cuando alguien se está ahogando se le lanza un salvavidas, nunca pesos. Los talibanes del neoliberalismo insisten – todavía hoy-- que todo irá bien. Mienten, y lo saben, hecha la salvedad de los más estúpidos de ellos, naturalmente. Pero no se trata de estupideces ni de dogmatismo. Altos dirigentes de FMI han hablado de «error» al concebir el programa de rigor de Grecia: no puede llevar a ninguna parte desde el momento en que la recesión que genera es simplemente incontrolable. Y, no obstante, se continúa aplicando con una tenacidad y una cabezonería sin precedentes, agravándose cada vez más. Se trata de otra cosa.
La realidad es que la crisis de la economía griega no interesa ni a Europa ni al FMI. Su objetivo principal es que el programa impuesto a Grecia sea el modelo a seguir para todas las economías en crisis. Este programa pone fin a lo que, en la Europa de la posguerra, se le conocía como «contrato social». No importa si Grecia se hunde definitivamente y se hunde en la miseria. Lo que importa es que, en un país de la zona euro, se discuta ahora abiertamente de salarios a la china, de eliminar el Derecho del trabajo, de la desaparición de la seguridad social y del Estado de bienestar y de la completa privatización de los bienes públicos. Con el pretexto de combatir la crisis, el sueño neoliberal de las mentes más perversas –que después de los años noventa ha tenido que afrontar una fuerte resistencia por parte de las sociedades europeas-- se convierte en realidad.
Grecia fue sólo el primer paso. Después, la crisis de la deuda se extendió a otros países dela Europa meridional y penetra cada vez más en lo hondo del corazón de la Unión Europea. He aquí lo que significa el gran ejemplo griego: lo único de que son capaces los que se han enfrentado a los ataques especulativos de los mercados y destruir completamente toda huella del Estado del bienestar, como es hoy el caso de Grecia. En España y Portugal los respectivos memorandums ya están promoviendo cambios de esta naturaleza. No obstante, es en el Tratado europeo de estabilidad --que Alemania querría que se aplicara en toda la UE — donde esta estrategia se muestra en todo su alcance: los Estados miembros no son más libres de elegir su política económica, las principales instituciones de la Unión tienen ahora el derecho de intervenir en los presupuestos e imponer drásticas medidas fiscales para reducir los déficits públicos. Lo que es pernicioso para las escuelas, los asilos, las universidades, los hospitales públicos, los programas sociales. Y si los pueblos usan la democracia como un escudo contra la austeridad, como recientemente ha ocurrido en Italia, tanto peor para la democracia misma.
Grecia fue sólo el primer paso. Después, la crisis de la deuda se extendió a otros países de
Seamos claros. Este modelo europeo generalizado no es la salvación de Grecia, es su destrucción. El futuro europeo –banqueros felices y sociedades infelices—está ya programado. En este modelo de desarrollo, el capital es el caballero y la sociedad es el caballo. Se trata de un proyecto ambicioso, aunque no irá muy lejos, porque ningún proyecto puede realizarse sin el consentimiento de la sociedad, dando garantías a los más débiles. Esto parece que lo ha olvidado la actual clase dirigente europea. Eso ocurrirá antes de lo que nos pensamos.
El final del “capitalismo neoliberal real” –esto es, el capitalismo más agresivo que haya conocido la humanidad, el que triunfa desde hace dos décadas-- ha comenzado. Después del naufragio de Lehman Brothers, dos estrategias opuestas de salida de la crisis sitúan dos enfoques distintos a la economía global: la estrategia de la expansión financiera, del incremento de la masa monetaria, de la nacionalización de los bancos y del aumento de los impuestos a los ricos; y la de la austeridad, de las transferencias del peso de la deuda bancaria a los Estados, y sobre las espaldas de las clases medias y populares, cuyos impuestos se incrementan para permitir a los ricos eludir el fisco. Los líderes europeos han escogido la segunda estrategia, aunque ya se encuentran ante unos vínculos ciegos que son a lo que conduce dicha estrategia y al conflicto histórico que ello provoca en Europa. Este enfrentamiento asume una apariencia geográfica –Norte contra Sur--, aunque es fundamentalmente un choque de clase que se refiere a las dos estrategias opuestas que hemos descrito. De hecho, la segunda estrategia defiende el dominio absoluto, incondicionado, del capital sin preouparse de la cohesión y el bienestar social; la primera defiende la Europa de la democracia y los deseos sociales. El choque ya ha empezado.
Ahora bien, frente a la crisis existe una alternativa: las sociedades europeas deben protegerse de la especulación del capital financiero; la economía real debe emanciparse del imperativo del beneficio; el monetarismo y la política fiscal autoritaria deben acabarse; el interés el crecimiento debe ser repensado según el criterio del interés social; es preciso un nuevo modelo de producción basado en el trabajo digno, la expansión de los bienes públicos y la protección del medioambiente. Esta perspectiva no está, obviamente, en el orden del día de las discusiones de los líderes europeos. Eso es cosa de los pueblos, de los trabajadores europeos, los movimientos de los “indignados”, que deben imprimir su sello al curso de la historia, impidiendo el saqueo y la destrucción a gran escala.
La experiencia de los años precedentes nos lleva a la siguiente conclusión: hay una ética de la política y una ética de la economía.
Tras 1989, la ética de la economía empezó a dominar la ética de la política y de la democracia. Todo ello estaba en el interés de dos, cinco, diez grupos económicos potentes, y era considerado legítimo aunque se demostrase contrario a los más elementales derechos humanos. Nuestro deber, hoy, es restaurar la hegemonía de los principios éticos, políticos y sociales contra la lógica del beneficio.
¿Cómo lo conseguiremos? Gracias a la dinámica de las luchas sociales. En primer lugar, rompiendo una vez por todas las cadenas de la pasividad social sobre las cuales se ha basado la construcción europea tras 1989. La implicación activa de las masas en política es precisamente lo que temen las élites que están en el poder así en Europa como en el resto del mundo. Hagamos, pues, que su miedo se convierta en realidad.
La experiencia de los años precedentes nos lleva a la siguiente conclusión: hay una ética de la política y una ética de la economía.
Tras 1989, la ética de la economía empezó a dominar la ética de la política y de la democracia. Todo ello estaba en el interés de dos, cinco, diez grupos económicos potentes, y era considerado legítimo aunque se demostrase contrario a los más elementales derechos humanos. Nuestro deber, hoy, es restaurar la hegemonía de los principios éticos, políticos y sociales contra la lógica del beneficio.
¿Cómo lo conseguiremos? Gracias a la dinámica de las luchas sociales. En primer lugar, rompiendo una vez por todas las cadenas de la pasividad social sobre las cuales se ha basado la construcción europea tras 1989. La implicación activa de las masas en política es precisamente lo que temen las élites que están en el poder así en Europa como en el resto del mundo. Hagamos, pues, que su miedo se convierta en realidad.
La dirección que eligieron los ambientes económicos dolientes es clara. Así pues, elaboremos nosotros nuestra orientación política y social. Difundámosla con todos los medios a nivel central y local. Desde los centros de trabajo, las universidades, los barrios hasta la acción conjunta y coordinada en todos los países. Es una lucha de resistencia, que sólo tendrá éxito si conduce a un programa alternativa para Europa. Hoy, la oposición no es entre países en déficit y países con superávit, ni entre pueblos disciplinados y pueblos ansiosos. La oposición es entre los intereses de las sociedades europeas y la exigencia del capital para obtener constantemente beneficios.
Debemos defender el interés social europeo. En caso contrario, el futuro, para nosotros y nuestros hijos, será infausto, incierto, y superará todas nuestros miedos de las décadas anteriores. El modelo construido sobre la “libertad de los mercados” ha fallado. Ahora, las fuerzas dominantes atacan a la sociedad, a sus conquistas y a su cohesión. Esto es lo que está ocurriendo en este momento en Grecia, y esto es el plan que se quiere para Europa. Así pues, defendámonos con todos los medios necesarios. Y transformemos las resistencias sociales que continúan emergiendo y creciendo en una ocasión de solidaridad y de estrategia colectiva para todos los pueblos de Europa.
El futuro no pertenece al neoliberalismo, ni a los banqueros. Ni a una docena de potentes multinacionales. El futuro pertenece a los pueblos y a las sociedades. Es el momento de abrir camino a una Europa democrática, social y libre. Porque esta es la única solución sostenible, realista y realizable para salir de la crisis actual.
(MicroMega 13 enero 2014)