Nota editorial. Publicamos la segunda parte del segundo capítulo del libro La sinistra de Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente enhttp://theparapanda.blogspot.com Nuevamente agradecemos a Ediesse la autorización para su traducción y publicación al castellano. JLLB
La utopía de la transformación de la vida cotidiana
Segundo capítulo
Iginio Ariemma
Del sindicato de los consejos al sindicato de los derechos y de programa
El instrumento principal que conjuga la libertad y el trabajo, sin lugar a dudas, es el sindicato. Cuando se licenció en Padua (en el año académico de 1948 – 1949), Bruno se encontró ante dos opciones: o ir al Gabinete de estudios de la Banca Comérciale , entonces presidida por el gran Raffaele Mattioli o en el Gabinete de estudios de la CGIL. Sin ninguna duda optó por la segunda convirtiéndose en un seguidor de Di Vittorio, uno de los líderes sindicales más prestigiosos. Di Vittorio tuvo una gran influencia en Trentin. Este recordaba siempre que con él aprendió el abc de la vida sindical. En primer lugar, la autonomía del sindicato en sus relaciones con la patronal, del poder y del partido. No sólo en Italia sino también en todos los países donde gobernaba el Partido comunista. En segundo lugar, el sindicato no debe ser obligatorio ni único. Debe tener plena libertad de adhesión y de formar nuevos sindicatos. Es esencial que sea democrático en su interior. Tercero, el sindicato debe tener como brújula la unidad de los trabajadores y, de ahí, la unidad entre varios sindicatos. Sin unidad la autonomía es solo aparente. Cuarto, el sindicato es un proyecto político autónomo que «rechaza toda división de tareas entre él mismo y el partido». Se recuerda que Bruno participó en la elaboración del Piano del lavoro y en el Estatuto de derechos del trabajador a principio de los años 50, las iniciativas políticas más importantes de la CGIL de Di Vittorio. Trentin siempre se atuvo a estos principios.
Uno de los periodos más significativos de su experiencia sindical fue como secretario general de los metalúrgicos. Bruno es seguramente el teórico del sindicato de los consejos. Como es sabido, fue un sindicato muy enraizado en la organización del trabajo con los delegados y consejos de fábrica, abierto a todos los trabajadores, no solamente a los afiliados. Los delegados de fábrica expresan una nueva cultura de la negociación colectiva y de la tutela de los derechos de los trabajadores que no se limita solamente a la pura reivindicación salarial. Negocian no solamente las condiciones concretas de trabajo (ritmos, tiempos, horarios, salud…) para cambiar y humanizar pronto el modo de trabajar sino que ponen en discusión el monopolio de la decisión de la empresa y managerial. Fue una experiencia diferente de la ordinovista de los consejos de 1919 – 1920 y de la que se dio en la postguerra con los consejos de gestión. Los delegados y los consejos de fábrica son, a todos los efectos, instrumentos e instancias del sindicato unitario y de la federación de los trabajadores metalúrgicos. No fue cosa fácil, porque encontró en el sindicato y, sobre todo, en el PCI contrariedadades, resistencias, incomprensiones o comportamientos de desentenderse del tema.
Lo recuerdo bien porque yo dirigía entonces la federación comunista de Torino. La Fiat , junto a la Zoppas-Zanussi de Conegliano, fue uno de los laboratorios más cercanos y avanzados de aquella experiencia. Trentin siempre defendió los consejos. Pero, fiel a su costumbre, no se detuvo en ello. Cuando en 1988 es elegido secretario general de la CGIL repiensa el sindicato ante los impactantes nuevos procesos que sacuden el país y el mundo.
La conferencia programática de Chianciano (abril de 1989) es otro de los grandes momentos de su pensamiento e iniciativa. En su informe son muchas las novedades en el análisis y en la propuesta. Ya en su título sitúa el sentido de hacia dónde Bruno quiere conducir al sindicato: «Por una nueva solidaridad redescubrir los derechos, repensar el sindicato». Aquí afronta casi todos los nudos no resueltos de la política sindical: la relación entre desarrollo, naturaleza y medioambiente, la política de rentas, la necesidad de abordar en términos nuevos la negociación, la democratización de la economía y de las empresas. Pero mayormente insiste en dos puntos: el sindicato no debe ostentar que actúa para la clase, debe hacerlo para la persona. En segundo lugar debe hacerse portador de los derechos universales y ser uno de los protagonistas principales de la sociedad civil con su propio programa de sociedad, superando así los límites propios de la política sindical. La autarquía del sindicato y la llamada autonomía de lo social –Trentin lo sabe perfectamente y lo escribe— son algo inconsistente y pueden conducir, en definitiva, a la subalternidad y al maximalismo.
La izquierda y el partido
De lo dicho hasta ahora me parece bastante claro qué pensaba Trentin de su relación con la política. Bruno tenía una gran pasión política, pero la consideraba como construcción de democracia y de justicia; para construir libertad como decía Hannah Arendt. Como un proceso que tenía su fuerza y legitimación no en lo alto sino abajo. De aquí su crítica sin reservas a las teorías de la autonomía de lo político. Ésta, sin referencias a la realidad social, significa que sólo se debe considerar las alianzas y las orientaciones, cayendo inevitablemente en la principal anomalía de la política italiana: el transformismo.
Bruno era un hombre de programa y contenidos. No ciertamente de imagen. Rossana Rossanda, tras la muerte de Trentin, escribió un artículo en Il Manifesto diciendo que «no facilitó ni se opuso al giro de Occhetto». Es más, que Bruno habría sido «externo» a ello, igual que lo fue en el undécimo congreso cuando fueron expulsados los ingraianos y en el 70 cuando fueron expulsados los del Manifesto (5). Me resulta difícil responder a ello, pero puedo decir a toro pasado que, en lo atinente al giro de Occhetto, no es totalmente cierto. Trentin, tras el anuncio de la Bolognina , se esforzó en una batalla política –lo recuerdo bien-- para que aquel cambio no fuera solamente de nombre sino de objetivos, de contenidos y un nuevo proyecto de sociedad. Realmente propuso que el congreso sobre la constitución del nuevo partido fuera precedido por una especie de congreso programático. Pero se hace lo contrario: primero el congreso sobre el nombre del partido; después la conferencia programática que, obviamente, fracasa.
Entonces, Bruno realiza otro acto de gran alcance antes del congreso de marzo de 1990 con el acuerdo de Occhetto: disuelve la corriente comunista de la CGIL para evitar que el debate lacerante del partido tuviera efectos nefastos en la misma CGIL.
Bruno siempre participó atenta y rigurosamente en todo lo que sucedía en el partido. Hasta el final. No tenía objeciones de principios ni reservas hacia el Partido Democrático. Veía con buenos ojos los procesos unitarios que se estaban dando en el Ulivo y para el Ulivo. Por lo demás, la convergencia entre la izquierda y el mundo católico y cristiano más democrático y progresista fue una de las brújulas principales de su acción en el sindicato y en el partido. Pensaba, sin embargo, que el proceso de unificación debía tener la necesaria gradualidad y contar con momentos federativos para permitir una convergencia real y una unidad sobre las opciones de proyecto.
Sin duda, Trentin era crítico en los debates de la izquierda. «La izquierda --escribe en "LA CIUDAD DEL TRABAJO"-- debe tomar consciencia de la crisis de identidad que la recorre, que es muy anterior al definitivo fracaso de la experiencia del socialismo real». Y añade: «La izquierda debe liberarse de la cultura fordista, desarrollista y taylorista en la que se empeñó desde hace tiempo. Si no lo hace estará definitivamente condenada a sufrir una segunda revolución pasiva más grande y de una mayor duración de aquella que lúcidamente analizó Antonio Gramsci en los años veinte».
Pero no veía las señales de ese repensamiento. Veía que una parte de la izquierda, que tenía una «devoción atávica», insensata, a una tradición ideológica que ya no tenía base, y por otra parte una izquierda solamente orientada a las alianzas y las orientaciones que Bruno calificaba como «el pragmatismo de la gobernabilidad». Y que, cuando se ocupaba de los contenidos y de los programas, caía en una especie de un «acomodamiento transformista a la modernización», es decir, a plantear objetivos y planteamientos incontrastables que son sombríos, ambiguos y contradictorios.
Su pesimismo aumentaba día a día como pude constatar directamente. Pero no dejó de sentirse parte y dirigente del Partido comunista. ¿Por qué? ¿Cómo se explica? Ya he recordado que su acercamiento al PCI fue en 1948 tras la disolución del Partito d´Azione y oficialmente se afilió en el 50 después de su entrada en el Gabinete de estudios de la CGIL. La explicación está, al menos en parte, en aquella cita de Foa que he recordado más arriba.
Si había alguna cosa que molestaba a Bruno –o lo que más le fastidiaba— era pensar o ser considerado como el centro del mundo o una mosca cojonera. Una cosa es tener sus propias ideas, luchar hasta el final por ellas, no ser ortodoxo y Bruno no lo era ciertamente; otra cosa es la banalidad del anticonformismo, la pobreza cultural del desacuerdo prejuicioso, no comprender el valor de la organización que es uno de los principales instrumentos de que dispone la clase más pobre y, en particular, la clase trabajadora con su «extraordinaria ansia de conocimiento y libertad» que –recordaba descubrió siendo joven. El sindicato es organización y también el partido. La contraprueba de cuanto he dicho es el modo con que ejerció su leadership cuando fue llamado a ser el número uno. Riccardo Terzi ha escrito que Trentin «nunca intentó imponer el decisionismo exclusivo del líder», ni mucho menos «alterar las reglas de la democracia interna» para hacer que prevalecieran sus ideas. Fue un «dirigente que quiso decidir sólo mediante el consenso y la racionalidad», asumiendo todo el peso de una elección difícil (6). Ello lo demostró con el acuerdo del 31 de julio de 1992, tan cacareado tras su muerte, como testimonio de su alto sentido de la responsabilidad en relación al Estado, las Instituciones e Italia. Cierto, pero se ignora que Bruno vivió aquel episodio como una derrota personal de la autonomía y de la unidad sindical. De hecho, tras haber firmado el acuerdo presentó la dimisión ya que la firma no se correspondía con el mandato de la CGIL y no fue posible consultar a los trabajadores. Sin embargo, su dimisión puso las bases de su recuperación y venganza: fue un año más tarde con el gobierno Ciampi y el acuerdo sobre la «concertación» en el que se reconocieron el papel del sindicato en el interior de los centros de trabajo y la negociación en la empresa, unas funciones que Amato rechazó.
Los últimos años
Los últimos años de Bruno le fueron duros. Escribe mucho: artículos, ensayos, libros, concede entrevistas. Como si quisiera liberarse de un ansia que mira el presente y también el futuro. Pensar y escribir fur ewig, para la eternidad, habría dicho Antonio Gramsci. Durante este periodo reafirma claramente su europeísmo. No solamente porque fuera elegido como eurodiputado. El suyo era un europeísmo natural, naturaliter, dada su fuerte raíz francesa y sus múltiples relaciones en toda Europa y en todo el mundo. Mi sensación es que en estos últimos años se acercó cada vez más a aquel Liberare e federare, que es el corazón del pensamiento de su padre, Silvio Trentin. Cuando se lo dije no me respondió ni sí ni no, se limitó a sonreír. Andrea Ranieri ha escrito que Bruno, en sus últimos años de su vida, era un «hombre solitario» a pesar del afecto de sus amigos. Especialmente, tras finalizar su mandato en el Parlamento europeo. Sigue Ranieri: «Estaba sólo respecto a las modalidades más corrientes de la política, sólo con respecto al debate mediático, sólo con relación a los centros donde se decidía» (7).
La comisión de proyecto del DS, que presidió con esperanza y gran competencia produjo materiales excelentes para Italia y Europa, pero tuvo una resonancia limitada, en primer lugar dentro del partido. Sus contenidos, la concreción de sus objetivos con la idea de medir el apoyo y la fuerza del partido probablemente interesaban a pocos. A los demás solo le interesaban por lo general el juego de los espejos autorreferenciales y los tópicos mediáticos. No obstante, Bruno nunca tiró la toalla. Continuaba escribiendo, concediendo entrevistas, participando en seminarios y reuniones; seguía exponiendo sus ideas.
Según mis informaciones su última intervención fue sobre un tema de gran actualidad: el racismo y la necesidad de una política de integración de los inmigrados. Lo hizo viva y concretamente, tal como le había enseñado Di Vittorio. Esto es, partiendo de la experiencia propia y de la de millones de emigrantes obligados a dejar su país.
Habéis comprendido que me falta Bruno. Lo extraño mucho. Sobre todo, me falta su sonrisa, la de la boca y los ojos, con el que –mudo y casi inmóvil, tan fuerte y siempre tan tieso como un árbol de sus montañas-- me recibió en el hospital. Una profunda sonrisa, tierna, afectuosa, sin ninguna reserva, ni aquella brizna de reserva que había entre nosotros.
Notas
5) Rossana Rossanda, Molto vicini e molto lontani, en Il Manifesto, 25 agosto 2007.
6) Riccardo Terzi, dactiloscrito, septiembre 2007
7) Andrea Ranieri, Un uomo intransigente, nemico dei luoghi comuni, PD, Octubre – noviembre de 2007.
Traducción de José Luis López Bulla