Nota editorial. Publicamos la primera parte del capítulo «El sindicato de los derechos» del libro La sinistra di Bruno Trentin. Recordamos que las anteriores entregas se publican correlativamente en http://theparapanda.blogspot.com. Esta traducción está dedicada a la memoria fecunda y lúcida de Fernando Soto, padre fundador de Comisiones Obreras que ayer nos dejó en Sevilla.
Iginio Ariemma
El surgimiento del sindicato de los derechos
Bruno Trentin fue elegido secretario general de la CGIL el 29 de noviembre de 1988 con 62 años recién cumplidos. El primer acto de su secretaría fue la conferencia programática que tuvo lugar en Chianciano en el mes de abril. Su lema resume el programa de Bruno: «Por una nueva solidaridad, redescubir los derechos, repensar el sindicato». En el informe inicial afronta casi todos los nudos no resueltos de la política sindical: la ambigüedad de la historia, la relación entre desarrollo y naturaleza, política de rentas y la deuda pública, la necesidad de encarar en términos nuevos la negociación, la democratización de la economía y las empresas. Pero él insiste mayormente en dos puntos: el sindicato no debe presumir de ser para la clase sino de la persona que trabaja; y, en segundo lugar, el sindicato debe ser el portador de los derechos universales, ser uno de los protagonistas principales de la sociedad civil organizada y reformada con su proyecto propio de sociedad. A continuación, sobre todo en la preparación del XII de la CGIL introducirá un nuevo concepto: el sindicato general. Ahí sustituye el sindicato de clase de matriz ideológica –todavía en buena parte presente en la CGIL-- a pesar de la superación gradual de la llamada «correa de transmisión» con los partidos de izquierda y particularmente con el Partido comunista. Es necesario tomar nota, este es el pensamiento de Trentin, de que hay una crisis de representatividad del sindicato, que está acelerada y agravada por la caída --inevitable y, sin embargo, positiva-- de la ideología clasista.
El sindicato de los derechos
El movimiento sindical corría el peligro de ser abatido por la disgregación y las derivas corporativas, oscureciendo las mejores y más originales características del sindicalismo italiano: la territorialidad y la generalidad, que se expresan en la confederalidad, es decir, en la capacidad de representar solidariamente a todas las categorías de trabajadores desde los activos a los parados pasando por los pensionistas. El sindicato de los derechos es la respuesta a esta deriva. En él, «el programa es un vínculo», de manera que «exige coherencia en los comportamientos, verificación de los resultados, responsabilidad de los grupos dirigentes (y no justificación y legitimación de su conducta cotidiana, siempre capaz de combinar el finalismo ideológico con el pragmatismo sin principios)», dirá en Ariccia el 18 de la disolución de la corriente comunista en el interior de la CGIL. Lo que no significa la negación del pluralismo interno. Pero la CGIL debe dar representación al pluralismo social, político, cultural que existe en la clase trabajadora real, no al del exterior, al que está fuera de ella.
Es conocido el cuadro histórico en el que nace el sindicato de los derechos: la caída del comunismo y del socialismo real en la Unión Soviética y en los países del Este. Este hundimiento alcanzará su culminación simbólica algunos meses después de la conferencia de Chianciano, noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín. Bruno conservaba en su escritorio una piedrecita de aquel muro. Para él, el colapso de estas sociedades totalitarias no fue ciertamente una sorpresa. Ya en 1956, antes de la represión de la revolución húngara tomó, junto a Di Vittorio y la secretaría de la CGIL , una clara postura contra lo que definió «los regímenes opresivos de los Estados comunistas». Las revoluciones de terciopelo de 1989 le confirman en sus posiciones, ya maduradas por el tiempo: «la historia no tiene un desarrollo ineluctable» y «no puede existir un modelo de sociedad que dé al individuo la felicidad más allá de nuestra personal y sufrida experiencia crítica»; la libertad y la democracia no pueden estar subordinadas al progreso material y al cambio de la estructura económica, pero son condiciones para el desarrollo civil, económico y social.
Cuando Acchille Occhetto propone la disolución del PCI y la formación de un nuevo partido de la izquierda, Trentin no está a verlas venir. Después del anuncio de la Bolognina se esfuerza en una batalla política –como bien recuerdo-- para que el cambio sea lo menos posible sólo variando el nombre nombre y lo menos simbólico (comunismo, sí o no; hoz y martillo, sí o no) sino de contenidos y un nuevo proyecto de sociedad. Para dar salida a la constitución del nuevo partido, propone que el congreso esté precedido por un congreso de programa, algo parecido a lo que hizo en la CGIL en Chianciano. Sin embargo, se hizo lo contrario: primero el congreso sobre el nombre del partido con un debate muy apasionado y vivo que dura todo el invierno hasta marzo; después, la declaración de intenciones y la propuesta de cambio del nombre y los símbolos. Finalmente se hizo la conferencia programática, que fracasa.
Y al igual que en el partido hay una especie de camino paralela por parte de la CGIL. En noviembre de 1990 se disuelve la corriente comunista de la CGIL , después se desarrolla el XII congreso en Rimini en octubre de 1991. Sin embargo, mi impresión es que en aquel tiempo Trentin se movía de una forma muy autónoma, intentando en cierta medida compensar el vacío de proyecto político. De ello hay un testimonio: no sólo las tesis congresuales, sino sobre todo el programa fundamental que está en la base de las tesis programáticas. El programa fundamental es una novedad absoluta para el sindicato, y plenamente coherente con la orientación de Trentin en Chianciano, pasa repensar los fundamentos de la política y la estrategia sindical hacia un sindicato no ideológico sino de proyecto y de los derechos.
Los hilos de la continuidad
El sindicato general de los derechos y de programa representa, ciertamente, un desarrollo de la concepción sindical y política de Trentin. Sin embargo, son claros los hilos de continuidad con la experiencia y elaboración precedentes, maduradas junto a Di Vittorio, su gran maestro como siempre reconocerá (la última reflexión en su diario personal está dedicada a Di Vittorio y su magisterio); después –entre 1962 y 1977, como secretario de los metalúrgicos en la FIOM y en la FLM , es el artífice, además de su principal teórico, del sindicato de los consejos. A este respecto traigo a colación dos episodios tal vez poco conocidos.
El primero se refiere a los años cincuenta tras la derrota de la FIOM en la FIAT (1955) en las elecciones a las comisiones internas después del «inolvidable 1956». En el epistolario de Bruno encontré una carta que dirigió a Palmiro Togliatti el 2 de febrero de 1957. En ella Trentin responde a Togliatti sobre un una intervención en el Comité Central del PCI. El secretario general comunista afirmó que «no correspondía a los trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico» y que «la función de propulsión en torno al progreso técnico se ejerce únicamente a través de la lucha por el aumento de los salarios». Trentin no está de acuerdo y le escribe a Togliatti: «Francamente, nosotros pensamos que la lucha por el control y una justa orientación de las inversiones en la empresa presupone en muchos casos una capacidad de iniciativa por parte de la clase obrera sobre los problemas relacionados con el progreso técnico y la organización del trabajo, intentando quitar al patrón la posibilidad de decidir unilateralmente sobre la entidad, las orientaciones, los tiempos de realización de las transformaciones tecnológicas y organizativas. Una iniciativa similar aparece, al menos a nosotros, como la condición en muchos casos para poder dar a la negociación de todos los elementos de la relación de trabajo (e incluso de los tiempos de producción, de las plantillas y de las formas de retribución) un contenido efectivo dada nuestra imposibilidad de contraponer a la orientación de las inversiones de la empresa nuestra propia alternativa poniendo límites substanciales a las inversiones de la empresa y al desarrollo de la negociación colectiva en la empresa». En esta carta –estamos a principios de 1957— hay ya mucho del pensamiento de Trentin que seguirá experimentando en los años sucesivos, sobre todo en el otoño caliente al que permanecerá siempre fiel en los años del sindicato de los derechos. Ahí está también su, en cierta medida, infravaloración de la lucha por el salario con relación a los problemas de los derechos y la libertad del trabajo y en el trabajo. Progresivamente dará espesor teórico a esta concepción del sindicato, particularmente con las dos ponencias en los seminarios del Istituto Gramsci sobre las tendencias del capitalismo italiano y europeo de 1962 y 1964.
El segundo episodio se refiere a la unidad sindical. Creo que nadie puede reprochar a Trentin haber sido anti unitario y, menos aún, sectario. La unidad era para Trentin –como para todos los dirigentes formados por Di Vittorio-- no solamente un medio, sino un valor en sí. Pero, ¿qué unidad? ¿Y especialmente como dirigirse hacia ella? Hubo un momento que, ante la lentitud y las incongruencias, las resistencias y las fracturas del proceso unitario confederal, el grupo dirigente de la FLM discutió a fondo hacer la unidad «a trozos». Trentin se opuso. ¿Por qué? A mí me parece que su explicación fue bastante lineal: Trentin temía que el papel de vanguardia que habían desarrollado los metalúrgicos se desdibujara o, incluso, «corporativizase» en el caso de que se produjera una ruptura con las confederaciones o se obscureciese la visión de sindicato general en la que ahora creía teniendo como base el sindicato de los derechos. Hay que recordar que, para Trentin, los consejos de delegados no son instrumentos políticos o parapolíticos, de contrapoder al sistema como proponía Il Manifesto, sino órganos a todos los efectos del sindicato, de un sindicato renovado y unitario que responde no sólo a los afiliados sino a todos los trabajadores, que promueve y organiza la democracia obrera sin perder el sentido general y solidario de la lucha y el papel de las instituciones democráticas. Para Trentin el sindicato –en tanto que sujeto político-- es siempre un reformador de la sociedad civil y su principal protagonista.
Traducción de José Luis López Bulla