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«Pero ahora resulta que no hubo ni persecuciones, ni martirios, ni historias de toros corneando doncellas, y que seguramente Pedro murió pacíficamente en su cama. Mejor. La historia sagrada resulta así más aceptable», nos dice don Paco Rodríguez de Lecea en la última entrada en su blog Punto y Contrapunto. Algo de ello sospechábamos un grupo de chaveas santaferinos adictos a las películas de romanos. Con los problemas que tenía Roma ¿por qué iban a perder el tiempo persiguiendo a cuatro destripaterrones que no tenían donde caerse muertos? Ojo al rastrojo: aquel grupúsculo –o sea, nosotros— nos habíamos juramentado en ir contra los aparentemente buenos de las películas. Por ejemplo, los nuestros eran los indios, por eso cuando aparecía el Séptimo de caballería empezábamos a patear en el gallinero y formábamos un descomunal chillerío. Y los nuestros fueron los romanos, aunque cuando echaron la película Espartaco se produjo la primera escisión: un grupo nos hicimos de Espartaco y otros siguieron con la ortodoxia de la fidelidad a Roma.


Sea como fuere aquello –todavía no habíamos leído a Theodor Momsenn ni a Sergei Kovaliov— no pintaba nada bien: demasiado jabón en aquellas películas (Quo vadis, La túnica sagrada y otras)  para ser verdad. Por fin, Brent D. Shawnos ha desvelado el misterio: aquello fue un cuento chino; más todavía, Nerón nunca vio un cristiano en toda su vida. De ahí que, cuando la niña Rodríguez de Lecea, llamó despechadamente Nerón a su hermano Paco, está claro que exageraba sin fundamento.


Algo de todo ello se barruntaba el pío Jorge Fernández Díaz: uno de los motivos de su misa diaria, la leyenda, se tambaleaba. Por ello decidió aquilatar la leyenda de los antiguos con la leyenda de los modernos. Así pues, el opusdeizado ministro de la porra, cabeza de cartel del Partido Apostólico, por Barcelona, crea una nueva leyenda en la que humildemente él mismo es el centro.


Afirma que tiene un Ángel de la Guardia a su servicio. Se llama Marcelo, un nombre de hondas raíces de la vieja Roma. Parece evidente el carácter marcadamente electoralista de este acompañamiento angelical. Ahora bien, de entrada estamos a dos velas por la imprecisión de este guardaespaldas. Por ejemplo, ¿dentro del escalafonato de este Marcelo qué categoría tiene? Sabemos que no es arcángel porque eran tres: Miguel, que era albaicinero (y, según Lorca, Rey de los números Nones), Gabriel, que es sevillano y Rafael, de Córdoba. Descartamos que este Marcelo sea serafín o querubín, pues a los niños chicos no se les encarga, por ahora, estos oficios de guardaespaldas. Así pues, de ser cierto lo que cuenta el pío Fernández –y descargadas otras categorías profesionales, los principados y los tronos--  quedaría la de potestades. Que parece que cuentan con más posibilidades. En teoría, por supuesto.


Tiempo habrá para saber hasta qué punto estamos ante algo verídico o una nueva leyenda que substituye a la de Quo vadis. Si es verdad, habrá que convenir que el pio Fernández es un ventajista ya que cuenta con el sostén del que todo lo puede; si es un bulo, tiempo habrá de ser llamado al orden.


Conclusión: si se hace una película de Fernández y Marcelo es de esperar que los niños chicos santaferinos sean partidarios del ángel caído, el gran Luzbel, que se transformó en Belcebú después de armar una zapatiesta allá Arriba como no se recuerda otra.



Y por fin una recomendación a la Rodríguez de Lecea: acostúmbrate a estar mejor informada, no se puede llamar Nerón a nadie, y menos a un hermano. Lo que se relata primorosamente en  ¿DÓNDE VAS, PEDRO?


Font: upec
13/12/2015
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