Primera.-- Josep Maria Álvarez, tras ser elegido secretario general de UGT, ha declarado que eso representa «el fracaso de la catalanofobia». Se trata de una afirmación tan contundente que pone los pelos de punta. Y, comoquiera que su candidatura ha salido ganadora por un escasísimo margen de votos, en pura lógica se puede convenir, siguiendo a Álvarez, que la mitad de su sindicato es catalanofóbico.
Por supuesto, Pepe Álvarez conoce su organización a fondo mientras que, en mi caso, soy lego en la materia. Sin embargo, me resisto a admitir tan potente descalificación. Lo que no excluye que, en dicho sindicato y en el resto del movimiento sindical, haya bolsas de hostilidad a Catalunya (así en abstracto como en concreto) de mayor o menor entidad. Lo que sí podría ser es que, en puertas de estas grandes solemnidades que son las citas congresuales, las diversas familias utilizan todo tipo de dimes y diretes para arrimar el ascua a su sardina.
Un servidor no acostumbra a caerse del guindo pues a ciertas edades, si la copa de dicho arbolillo está demasiado alta, la caída podría conllevar la ruptura de algunas costillas. Ahora bien, si Álvarez tuviera razón está indicando que una cuantiosa parte de UGT está realmente enferma. Cosa a la que me resisto, al menos vistas las cosas desde fuera.
Segunda.-- Nuevamente en el congreso ugetista se han lanzado voces, también la de Pepe Álvarez, revisitando una vieja propuesta: que los no afiliados deben cargar con una parte de los costes de la acción sindical. Vale decir que, también en Comisiones Obreras, ese runrún vuelve a aparecer de vez en cuando. Explicaré por qué me resulta, por lo menos antipático, ese parecer.
La Constitución española otorga el monopolio de la negociación colectiva –y de los diversos procesos contractuales-- a los sindicatos que reúnan unos determinados requisitos. Así es que CC.OO. y UGT representan, negocian y sus resultados afectan erga omnes (afiliados y no afiliados), es decir, a todos los trabajadores. En concreto, así las cosas, el sindicalismo confederal tiene el monopolio de la representación y el de la negociación por ley. De este artificio jurídico se desprende una gran ventaja pro sindicato. E indirectamente indica que no puedes querer dos cosas simultáneamente: representar y negociar en nombre de todos y gravar a quienes no están inscritos sindicalmente con una tasa por ser objeto de tutela en el terreno de la negociación colectiva. La única salida a esta cuestión sería que el sindicato renunciara al monopolio de la representación y negociación de todos los trabajadores y lo fuera, sólo y solamente, de sus propios afiliados. Lo que sería muy perjudicial para el propio sindicato. Así pues, séame permitida una observación: si se quiere incrementar la afiliación no debe hacerse nunca mediante métodos encubiertos.
Que existe una bolsa enorme de personas que no se afilian y podemos calificarles no injustamente de gorrones, es tan cierto como que el rio Guadalquivir pasa por Lora, Lora del Río. Pero resolver esa ecuación podría resolverse con una puesta al día del proyecto y trayecto del sindicalismo que fuera capaz de achicar esa enorme masa de gorrones que se aprovechan de la afiliación que paga su cotización monetaria.