(Publicado en Público.es el 21 de julio de 2016)
La conmemoración del 80 aniversario de la fundación del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) invita a reflexionar sobre un partido tan singular, sobre sus aciertos y errores, toda vez que aprender de la dilatada trayectoria del gran partido del antifranquismo en Catalunya aún hoy puede ser útil. El 23 de julio hará 80 años que cuatro partidos, la Unió Socialista de Catalunya de Joan Comorera –que luego sería elegido secretario general del PSUC–, la federación catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya y el Partit Català Proletari, se fusionaron para constituir el PSUC. El momento era excepcional: cinco días antes se había producido la sublevación militar de Franco, y frente a esta grave situación, en Catalunya –solo en Catalunya, pues en el resto del Estado solo se fusionaron las juventudes del PSOE y las del PCE, creando la JSU– la izquierda entendió que era el momento de unir fuerzas para hacer frente al fascismo. Las circunstancias históricas actuales son distintas, pero es indudable que atravesamos un momento de grave excepcionalidad: en España, la suma de las crisis que sufrimos representan una quiebra del sistema, los costes de todo orden son altísimos. Formamos parte de una Europa frágil, debilitada por el Brexit y obcecada con unas políticas de austeridad fallidas. Frente a esta realidad la unidad es necesaria, y no solo la electoral, ya practicada y cuyos réditos han sido considerables; hay que dar un paso más y crear un espacio común, plural, abierto y confederal con todos los actores que hemos participado en las coaliciones electorales.
No será un proceso ni fácil ni sencillo. Están convocadas distintas organizaciones, viejas y nuevas, con distintas culturas políticas, diferentes ideologías, algunas de ellas con un pasado, reciente, de relaciones conflictivas, y además queremos que sea un espacio preeminentemente ciudadano. Para hacer viable esta confluencia, la experiencia del PSUC sirve. Él mismo es el resultado de un proceso complejo, con sus tensiones, que vivió momentos de parálisis y que se desbloquea al entender los cuatro partidos que, frente a la sublevación fascista, el único debate es el de la unidad. Pienso que en las actuales circunstancias históricas, también, el único esfuerzo responsable es el de la unidad. Desde esta voluntad unitaria se forjó el gran PSUC. Un partido que fue creando una cultura política propia que también puede ser útil hoy: un firme compromiso con unos ideales emancipatorios; ausencia de ideologismo, lo que le permitió irse adaptando a la siempre cambiante realidad, y voluntad de suma.
Pero el PSUC también cometió sus errores, y aprender de ellos nos puede facilitar que la singladura que queremos emprender llegue a buen puerto. En primer lugar, sus rupturas; la más sangrante, la del 5º Congreso (1981), que comportó su práctica liquidación como actor político posible y relevante. Las razones para explicar que un partido con casi el 20% del voto se autoliquide son muchas, tanto internas como externas. Hay quienes argumentan que los principales motivos de la fractura fueron las contradicciones ideológicas y políticas presentes en el seno del PSUC; no diré que no existieran, pero no eran tan profundas, y se hubieran podido gestionar si hubiera primado una cultura abierta, plural y unitaria. Diferencias, había; lucha por el poder, también; y mucho sectarismo, cerrazón e inmadurez.
Pero el para mí principal error del PSUC fue su paso de la dictadura a la democracia. De ser la principal y más numerosa plataforma del antifranquismo, él mismo se redujo a una oferta electoral comunista. Reducción que motivó la pérdida de miles de personas y apoyos sociales que se sentían miembros del partido o cercanos a él por su papel opositor al régimen dictatorial y por su capacidad de ir construyendo espacios de libertad y de ofrecer una mirada no solo política, sino del mundo y de la vida alternativa al cretinismo y la triste cerrazón que representaba el franquismo. Este peligro puede hoy estar presente si los nuevos actores políticos y las confluencias que se lleven a cabo renuncian a la transversalidad y cierran espacios, ya sea con definiciones ideológicas o rigideces organizativas. La transversalidad de un proyecto político exige siempre paredes difusas, sustituir ideologías por idearios compartidos, y marcos organizativos democráticos y participativos, lo que nos les exime de tener su propia organicidad. Creo que esta es una lección a retener que aporta la historia del PSUC.
