El 7 de Octubre está a la vuelta de la esquina. Es el día del trabajo decente. Los sindicatos españoles, que siempre han estado en primera línea de esta jornada en Europa, tienen ya presto todos los dispositivos para su realización en las calles y plazas.
La jornada tiene en esta ocasión una particularidad: el obscurecimiento coyuntural de la acción colectiva, en el contexto de una serie de crisis políticas, debido a la situación interna del PSOE. Su crisis está presente hasta en la sopa y, por así decirlo, tapona todo lo que se mueve y quiere moverse. Es necesario, pues, salir de este descomunal atasco. Los primeros que deben ponerse manos a la obra son los socialistas. Pero, también, el resto de las fuerzas políticas «de alternativa» tienen que arremangarse y dejar de mirar con el rabillo del ojo al PSOE. El 7 de Octubre puede ser una ocasión para iniciar un cambio de ambiente. Ahora bien, corresponde principalmente al sindicalismo confederal apretar el botón de salida. No para encauzar el camino político, por supuesto. Sino para darle una potente fisicidad a la cuestión social, parcialmente deslucida por la crisis política.
El movimiento organizado de los trabajadores no está paralizado. Por ejemplo, ahí están las huelgas de Nissan, de los trabajadores de Telemarketing y otras movilizaciones. Ocurre, sin embargo, que tales acciones colectivas no tienen la necesaria dimensión pública quedando sumergidas en el gran embrollo que vivimos. Por eso, y otras razones, tales movilizaciones no inquietan. Y si no lo hacen, las demandas que se exigen son más problemáticas de conseguir.
Ahora bien, el 7 de Octubre no es, no puede ser un pretexto para algo ajeno a su naturaleza, es decir, el trabajo decente, que hasta hace poco llamábamos con mejor criterio, y sin banales influencias de anglicismos, el trabajo digno. Por otra parte, en estas movilizaciones podremos observar hasta qué punto aparecen los primeros indicios del importante debate en torno al "repensamiento del sindicato".