El antropólogo y escritor Carlos Castaneda explicaba en sus libros sobre chamanismo mexicano que, a nuestra izquierda, la siniestra, estaba siempre nuestra inseparable compañera, la muerte. Desde nuestro nacimiento nos acompaña siempre hombro con hombro en nuestro lado izquierdo hasta que un día se abre paso a través de nuestro campo energético y nos lleva con ella. Los chamanes y los habitantes del méxico antiguo vivían plenamente conscientes de este hecho incorporándolo a su vida de forma natural. Por supuesto en occidente, debido a la profunda desnaturalización a la que hemos sometido nuestro entorno y la forma de relacionarnos con la vida y lo natural, hemos olvidado hechos tan obvios y naturales como estos, a saber: que todos nos morimos. Y mejor aún: que nos podemos morir en cualquier puñetero momento. El terrorismo yihadista ha llevado esta tremenda obviedad a las portadas de los diarios haciendo que los occidentales despertemos de nuestro sueño de calefacción, aire acondicionado, botox, sobrepeso, dietas, estado del bienestar… para, a través del miedo, volver a hacernos conscientes de nuestra fragilidad y de la burbuja de cristal blindado que Amazon, las redes sociales, la publicidad y los smartphones han forjado a nuestro alrededor. Nos morimos señores, nos morimos cada día. (Creo que los únicos que no se mueren son los mormones, yo hace 40 años que veo a los dos mismos chicos rubios, altos, con camisa blanca, corbata, pantalón gris, tarjeta identificativa y maletín. Para mí que siempre son los mismos dos mormones que ni envejecen, ni se mueren, ni dejan de sonreír todo el rato). No es ninguna tragedia el morirse, al nacer, al ser concebidos, ya sabíamos cómo terminaba el cuento. A mitad de la partida no se puede armar una pataleta para intentar cambiar las reglas. Cualquier libro de autoayuda que se precie nos recuerda que renacemos cada día, que bonita es la nieve del invierno y las flores de la primavera, paparruchas. Nos morimos señores. Repito, no es ninguna tragedia a menos que seas una de esas muchas personas que están muertas pero todavía no se han dado cuenta, y no hablo en plan El sexto sentido.
Puede que esté exagerando de melodramático al escribir esto porque me han salido los triglicéridos disparados pero bueno, cada uno llora por lo que le duele. En Canvi he tenido gente delante que le habían dado un mes de vida y parecían mucho más sanos que yo, para fiarse. Por cierto algunos todavía están por aquí. En Canvi la muerte es un socio más de la entidad, lo que de la gente no es plenamente consciente es que la muerte también es socia del Barça, de TMB, del Círculo de Lectores, de tu Asociación de Vecinos, (de los mormones está visto que no), y es compañera inseparable de cada DNI que se expende en el mundo. A veces el contacto continuo con personas diagnosticadas de cáncer puede llevarte a la ridícula conclusión de que “ellos van primero “, haciendo más inconsciente tu propia mortalidad permanentemente inminente y el inmenso regalo que te hace la vida cada día. Una de las típicas citas moñas de Facebook es “Vive cada día como si fuera el último “, que sea una cursilada no quita que sea uno de los mejores consejos que podemos recibir. O para según qué personas puede ser el peor consejo, puede llevarte a pensar antes de dormirte que si este fuera el último día de tu vida que pedazo de mierda de día has tenido y el de mañana se parecerá y olerá igual de mal que el de hoy. Esos son, o a veces somos, los muertos en vida de los que hablaba antes y esa sí que es una tragedia.
Cuando nos hacemos plenamente conscientes de nuestra mortalidad de una forma sana, indefectiblemente acabamos conociendo y reconociendo la inmortalidad que somos y vemos a nuestra amiga de la siniestra, la muerte, como la amable taxista o conductor de Uber que nos lleva a nuestra nueva forma de experimentarnos, seguramente con tarifa plana sin límite de datos y croissants de chocolate que no me suban los puñeteros triglicéridos.
Señoras y señores, un placer.
Cándido Granada Álvarez.
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