Por: M.A.M.C. | Categoría General.
Una vez fue joven, es cierto. Fue joven y entornaba los ojos sentada en un banco del parque donde imaginaba un futuro de ensueño. Pedía en voz baja un puñado de deseos que el viento trasladaba hacia el infinito sin aclararle si los vería cumplidos. Ella quería ser veterinaria y trabajar en el mayor zoológico del país. Quería ser feliz cuidando de los animales. Quería salir del pueblo y navegar por un mar que le llevara a mejor puerto.
Y marchó a la ciudad para estrenarse como universitaria. Y pasó quinientas noches en vela empapándose en los libros. Y un día conoció al amor de su vida, con el que arrancó una relación en común cargada de fantasías. Y en mitad de aquel trayecto se detuvo el reloj de su sueño. Un embarazo no deseado y así nací yo. Y él, cobarde de profesión, desapareció de nuestras vidas. Y ella, fuerte como un roble, lo asumió como un regalo del destino. Un regalo que llenó la casa de sonrisas.
La vida te da y también te quita. Conmigo aparcó las ansias de navegar, postergó su proyecto profesional y a cambio se entregó en cuerpo y alma en mi educación. Descubrió la cara oculta de la luna, la que alberga privaciones y aflora la miseria humana. Y supo que el dolor se aparece de mil formas sin necesidad de golpes. Un dolor envuelto en frustración por asumir un papel distinto al deseado. Pero nunca bajó la cabeza. “Estás muy guapa, mamá”, le adulo cada día cuando regresa del trabajo. Sonríe, lo agradece y me repite sonriente: “Ahora sí me reconozco, cariño”. Yo lo llamo dignidad y me provoca un aluvión de esperanzas cuando advierto que se va extendiendo entre las mujeres.
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Por: M.A.M.C. | Categoría General.
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