Por: M.I.B.H. | Categoría General.
Pedro había sido el jefe de Carlota durante diez largos años. Aquella mujer le repelía, y esa repelación aseguraba los prejuicios que le habían aturdido desde que la conoció. Por eso, avivó cada uno de los fuegos destructores de los méritos de Carlota, hasta llevarlos al auge de su despido laboral. Carlota había trabajado más horas que él (en no pocas ocasiones), lucía una simpatía confortable para clientes importantes, alentaba acuerdos imposibles a primera vista con los proveedores, infundía ánimo a compañeros con feos problemas… En fin, de no ser por los atascos en la comunicación vertical que su jefe había provocado, Carlota habría ascendido en la empresa. Pedro creyó su obligación defenderse de los ataques de aquella bruja, la cual había conseguido aumentar la rentabilidad de la empresa. Ella hechizaba con una amalgama de melena espesa azabache, ojos oscuros y piel dorada. Si a eso le añadimos una sonrisa chocolate divino y un arrojo impropio de una dama que se tuviese a sí misma por tal, Carlota se convertía en un producto diabólico.
Llegaron los papeles del despido de Carlota. Pedro respiró aliviado. La llamó a su despacho y le dio la noticia envuelta en un sermón de reproches injustos. De nada sirvieron las lágrimas de Carlota suplicándole, mostrándole su vientre, ya abultado. Las lágrimas quedaron dentro del despacho y nadie se enteró (o eso pensaba Pedro, que llegó a decirle: “Demasiada bendición tienes, que vas a traer un hijo al mundo; no me insultes con tus lágrimas de cocodrilo”).
Cuando el jefe de Pedro, Tomás, una de esas personas que se han hecho a sí mismas con educación e ideales fue informado de este suceso, le puso de patitas en la calle.
- “No sé si Pedro es un machista o un envidioso – le comentó a un amigo – Para mí es, simplemente, un incompetente”.
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