Por: P.G.B. | Categoría General.
Él le dio una bofetada que resonó entre las paredes del dormitorio. Miriam no podía creerlo. Pero ahí estaba la mano de Lucas estampada sobre su mejilla izquierda. El resto es historia. Ambos presentaron los partes de lesiones, pero ella, asesorada por el abogado de su gabinete, presentó la demanda de divorcio.
El problema fueron las nenas. Era un divorcio que se veía venir, pero nunca había explicado detalles de su vida marital, a nadie, por supuesto. Amigas ya hacía tiempo que no tenía, pero alguna vez hablaba con una compañera del taller de narrativa. A su madre y hermana se cuidó mucho de no decirles cómo era el control férreo a la que la sometía su marido. Jamás había comentado el infierno que vivía. Borraba todos los wasaps, lo que había contribuido a más paranoias por parte de Lucas, pero es que no conseguía aceptar su control sobre ella. El resto es historia. Los wasaps amenazando con herirla eran continuos. La orden de alejamiento contemplaba un punto de encuentro donde ella llevaba a las nenas y él las recogía, cuando tenía derecho a verlas. Aparentemente las llevaba con la abuela y las niñas regresaban tranquilas.
La primera vez que la amenaza no fue “voy a matarte, zorra” y lindezas así, se quedó helada, le decía que le haría pagar con lo que más quería. La jueza, a pesar de la insistencia del abogado de Miriam, no consideró esa bravata más peligrosa que las previas.
Pero eso ahora ya es historia. Los dos cadáveres diminutos yacían en sendas camillas del departamento forense. Y sí, la ha doblegado. Lucas ha ganado la partida. La ha herido donde ningún cirujano podría intervenir para curarla jamás. La ha matado, dejándola viva.
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