El día que descubrí una vieja librería de segunda mano en Cuatro Caminos, todo cambió, mis ojos se fijaron en un libro que estaba en la última balda de la sección de sociología: El  Segundo Sexo. Eché una ojeada y me pareció algo denso, pero siempre me gustaron los retos.

Cuando llegué a mi casa y mientras preparaba una taza de café, empecé a adentrarme en la lectura y cuanto más leía, más cambiaba mi percepción de la realidad. Tanto fue así, que incluso fui testigo de un fenómeno paranormal; apareció por arte de magia un pequeño ser de veinte centímetros, entre mi cabeza y mi corazón, una pequeña monstruita que disfruta atormentándome.

Mi monstruita aparece cuando menos lo espero y me hace recordar mi pasado, vuelvo a revivir las historias de mis veinte años: me veo explicando a mi novio que no me pongo tacones para hacerle sentir bajito o que de repente un colega de mi barrio me menosprecie e intente bajarme la autoestima para tocarme una teta. Ahí estoy yo, joven, guapa, gastando mi tiempo y mi energía en hombres que no saben ni quiénes son, ni qué quieren.

Cuando vuelvo al presente mi monstruita no está, me deja sola con mis sentimientos, me enojo con las versiones antiguas de mí. Cuando el feminismo te encuentra ya nada vuelve a ser como antes.

Yo estoy creada a partir de mis experiencias, pero también de los relatos que me narran mis amigas; historias en las que las mujeres dejan su brillante carrera profesional para ser madres-esposas, historias en las que las mujeres se casan con cretinos, historias en las que las mujeres se cuelgan de hombres casados y no tienen un final feliz. Cuando miro cara a cara a las protagonistas de estas historias, y puedo ver en su mirada la autodecepción, mi monstruita aparece de nuevo y me susurra al oído: “No juzgues, tú también fuiste hija del patriarcado”.