Supongo que todos conocemos más o menos este famoso latinajo, “tempus fugit”. Junto con su primo hermano “carpe diem”, aprovecha el momento. Por supuesto, normalmente no hacemos ni caso de unas expresiones tan manidas hasta que nos aprietan. Ahí recurrimos al más castizo de: “solo te acuerdas de Santa Bárbara cuando truena”. A toda esta problemática se opone el sabio y permanentemente huidizo del “aquí y ahora”, o vive el presente. Y se llama presente porque es un regalo.
Esto lo enlazo con una situación que viví ayer en un cumpleaños de un niño que hacía 11 años. ¡Qué mejor inspiración del paso del tiempo que el cumpleaños de un joven! Con el grupo de niños venia por supuesto sus madres. Como me he mudado hace poco a una zona de montaña, y hablar del tiempo (atmosférico) es una pregunta típica entre desconocidos, les pregunté si ya se acababa el invierno. En donde vivo actualmente no es una pregunta baladí ya que te puedes pasear por encima de estanques helados. Aparte de echarse a reír por mi candidez me informaron que hasta marzo aquí no se saca nadie el abrigo por si acaso.
A pesar de que me encanta el frío, abrigadito, me di cuenta que el tema daba para una reflexión. En invierno añoramos el verano, en pleno verano recordamos con nostalgia los guantes y la bufanda. Los niños tienen prisa en hacerse mayores, y los mayores rezan para que virgencita, que me quede como estoy, o volverse jóvenes. Ansías que lleguen las vacaciones y si viene tu suegra sólo piensas en que se acaben. Y así una y mil cosas, el tiempo y el paso del tiempo se hacen fuente de sufrimiento. Nuestros deseos, y el cambio de lo que deseamos o recibimos son otra fuente de dolor. Así una y otra vez.
No es de extrañar que todas las religiones o filosofías busquen en esencia lo mismo, aquello que nunca cambia en nosotros, aquello que siempre es permanente e inmutable. Una gran parte del fracaso de la psicología o psiquiatría occidental es, en mi opinión, que ha olvidado esa verdad y se quedan en las locuras de la mente cambiante. El concepto de Dios, Mente Absoluta, no-dualidad es la clave de nuestra paz interior.
Recordad que hace unos pocos meses hablé de un maestro zen que contesto a sus discípulos sobre cuál era el secreto de la sabiduría. A lo que él contestó: “Cuando como, como. Cuando ando, ando. Cuando llego, llego”. Ese maestro usa el “carpe diem”, pasa del “tempus fugit” porque sabe que el concepto del tiempo es una creación ilusoria de nuestra pequeña mente. Y si truena, truena, ni busca ni escapa del rayo, sabe que lo que ha de ser será y su parte impermanente siempre ha sido y será por lo que no hay mayor problema. Por eso no necesita sufrir, ni rezar a Santa Bárbara.
Cándido Granada Álvarez.
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