No puedo negar que desde luego pongo títulos llamativos en las reflexiones, éste me vino de repente hace un par de días a raíz de una terapia. La historia es más vieja que la de Adán y Eva, una mujer enfadada porque otra mujer le ha hecho una jugarreta. Esta vez no se la había hecho directamente a ella, sino indirectamente, a su hijo de 9 años. Como dejó bien claro Belén Esteban cuando dijo: “yo por mi hija MA TO”, está claro que a una madre le duele más cuando le tocan a sus cachorros que a sus ovarios.
La “mala” en cuestión era una ex ejecutiva más quemada que la pipa de un indio, muy tímida, con pánico a ver dentro de ella, y que se había pasado al mundo de la espiritualidad sin haber solucionado ninguno de sus conflictos personales. Eso sí, estaba estudiando para profesora de yoga entre otras obviedades varias, esperando que sólo por parecerlo acabara siéndolo. Aclaro: quería que, por parecer santa y sanada, acabara estando santa y sanada. Y la cosa no funciona así en absoluto.
La “mala” de la película vivía en su particular infierno con otro marido tímido y grandullón, a presión, e introvertido, junto con dos hijos que tenían que exteriorizar toda la presión del hogar familiar de malas maneras. La cuestión es que mi clienta había caído en la “trampa” y empezaba a deslizarse dentro del hoyo infernal donde ya estaba la “mala” de la película que desde abajo le decía: “Ven, te regalo mi infierno”.
Aparte de solucionar bien el problema de su hijo, mi clienta se había quedado enganchada en el odio a la ex amiga y se estaba enfangando en arenas movedizas. Afortunadamente pudimos revertir la situación tomando conciencia de la situación desde un punto de vista más amplio para ella y su hijo. No tengo tiempo de explicarlo aquí cómo, en mi segundo libro “La huida hacia adelante” explico el caso.
La cuestión es que las personas que nos hacen putadas desde su infierno (los que no viven en él no necesitan hacer putadas, aunque sí se equivoquen), nos hacen el inmenso favor de mostrarnos dónde podemos caer si no hacemos las cosas con conciencia. Agradezcámosles desde el corazón, la lección que nos dan desde su sufrimiento, el ingrato papel que les toca hacer para que nosotros aprendamos de su ejemplo. Sólo desde aquí puedes verlos con compasión, esa compasión de la que se habla tanto en tantos libros, y que parece que no se acaba de entender. Ver a la persona que te invita a compartir su infierno, de esa manera compasiva, es auténtica compasión. A muchas otras cosas que se quieren vender como compasión, en el buenismo, o en el flower power, y no lo son, se las podría definir, sin temor a equivocarnos, como hostias en vinagre.
El “mal” sólo le hace daño a la ilusión que tú crees ser. El que te invita a su infierno te hace el regalo de ayudarte a despertar de la ilusión de que alguien o algo ajeno a ti te puede dañar (las patadas en la entrepierna tienen una metafísica propia que ya explicaré). Amarlos, te exige comprenderlos primero a ellos, y a través de ellos, a ti. Poner límites sanos para ambos, desde tu paz, es darles a ellos la oportunidad de salir del infierno en el que se han encerrado a sí mismos. Sólo tienes que decir ante su ofrecimiento del infierno: “no gracias, no lo quiero”.
Cándido Granada Álvarez.
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