Segundo cuentecillo veraniego.
En la plaza no cabía ni el aire cuando mi padre tuvo el honor de hacer las presentaciones: Encarnación Jiménez, La Niña de la Puebla , y Renata Tebaldi en el centro del silencio del crepúsculo de la tarde. Nadie cantó nunca “Los campanilleros” como la señora Tebaldi, según dejó dicho el parecer del gentío; nadie cantó “Che farò la mia Euridice” como lo hizo la Niña de la Puebla , según la autorizada opinión de todos y, en primer lugar, la del maestro Tulio Serafín. Nadie comentó la ausencia de las autoridades; éstas entendieron, con punto de vista fundamentado, que aquello era un encuentro de desafectos al Régimen. Tras los bises, alguien tomó improvisadamente el micrófono (las viejas crónicas dicen que fue Carles Navales, el Noi del Vidre) y gritó con ardor refrigerante: “Nulla etica sine esthetica”. El viejo Manolico, el del Tejar, carraspeó: «Verás la que se va a formar».
Sin embargo, la función no había terminado todavía. Renata Tebaldi llamó al escenario al maestro Serafín y, con aquella voz portentosa que le había dado el agua de Pésaro. Toma el micrófono y lentamente afirma: «Que no me entere yo que las autoridades toman cartas en lo que ha pasado esta noche aquí. Porque, entonces, ni el maestro Serafín ni una servidora no nos marchamos de este pueblo. Si capisce bene? Ecco».
La prensa de la capital, el diario Montañas nevadas, no mencionó tan importante acontecimiento. A nosotros, los parapandeses, nos trajo sin cuidado porque ya estábamos acostumbrados.