Homenaje a Sandro Pertini
Los problemas del protocolo parecen tener un significado: la ostentación del poder, cualquiera que sea la naturaleza de éste, ya sea en la escenografía de la política como en el lugar que se ocupa en la mesa a la hora de la comida. En todo caso, esta herencia que viene de tiempos muy antiguos siempre fue un engorro. Por eso, cuando alguien «rompe el protocolo» provoca cierto estupor en unos y muestras de simpatía en la gente corriente y moliente. Aún recuerdo al presidente de la República italiana Sandro Pertini por las calles de Barcelona zafándose de las autoridades españolas provocando el afecto de los peatones. Pertini parecía disfrutar como un niño chico haciéndoles estas jugarretas a los munícipes barceloneses. Sólo le faltó, me dijo un cofrade, pedirle fuego a un paisano para encender su famosa pipa, una pipa que regaló en su testamento a mi amigo Bruno Trentin.
Ahora bien, sólo los grandes saben y quieren «romper el protocolo». En Barcelona los protagonistas de un acto –auténticas medianías de mercadillo-- se tiraron a la cabeza los platos de un protocolo de baratillo en un acto que había organizado la patronal catalana. Y ahora ese altercado de posada es, no sólo la comidilla de las relaciones entre el Gobierno central y la presidencia de la Generalitat sino el «tema» que envenena, todavía más, las relaciones entre los clones invertidos de entrambos nacionalismos: el de la caspa y el de la brillantina.
La cosa sería risible si no fuera porque contemporáneamente a esa zahúrda de vodevil se están produciendo en Cataluña toda una serie de situaciones de extrema gravedad, cuya expresión más reciente está en el conflicto de los trabajadores de Panrico, que además fueron agredidos por los Mossos de l´Esquadra en las puertas del centro de trabajo, la situación de Alstom y –no menos importante— el problemón de esos vecinos de Salt (Girona) que han sido salvados, de momento, del desahucio por el Tribunal de Estrasburgo. Así las cosas, a ninguno de los protagonistas (Saenz de Santamaría y Artur Mas) se les ocurrió romper el protocolo. De manera que podemos concluir que el protocolo no es otra cosa que la exhibición de quien mea más largo. Cierto, se trata de una meada al margen de la gente que viste y calza.