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Nota editorial. La industria alimentaria se encuentra en un profundo proceso de reestructuración, que conlleva un sistemático ataque al empleo en sus grandes empresas; ahí están los casos de Findus, Pescanova, Puleva, Panrico, Coca Cola y Unilever. Informaos de un testimonio de gran importancia, la lucha de los trabajadores franceses de la Fralib, cuya empresa madre es la multinacional Unilever. JLLB.

4 de marzo de 2013


En Provenza, en las instalaciones de la Fralib que la casa madre, Unliver, quería deslocalizar a Polonia, los obreros han ocupado la fábrica. Todavía no ha finalizado y la batalla judicial por la marca va a la par de la reapropiación de la fábrica


Vuelvo a Unilver que está en una importante área industrial de la Provenza, en Géménos, a unos treinta kilómetros de Marsella. Una vez más llego demasiado tarde. También en este caso la multinacional ha hecho las maletas, pero esta situación es muy diferente de la que encontré en Cisterna di Latina. La Fralib no ha sido vendida a trozos en el mercado global del pescado como lo fue la Findus.  La Unilever ha decidido deslocalizarla a Polonia donde la mano de obra es más barata y cuenta con menos derechos como una Electrolux cualquiera, a pesar de que los trabajadores de Géménos fueron particularmente hábiles elaborando tisanas e infusiones gracias a una floreciente producción local de hierbas y a su secular sabiduría.  Ello no ha servido para mucho, evidentemente, frente a los nuevos imperativos del capitalismo financiero: no importa el producto final sino mantener inalterados los beneficios. Lo que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto está desequilibrada, hoy, la relación entre el capital global y el trabajo.


Sin embargo, aquí en este lugar –más dispuesto a parecer un jardín que un área industrial, con las fábricas en el verde y un arroyocomo linde-- sucedió algo extraordinario: los obreros no se contentaron con resistir a ultranza. Ocuparon la fábrica y han impedido que la multinacional desmontara la maquinaria. Después pasaron al contraataque mirando al corazón de la propiedad: la marca. Es un pequeño elefante que en Francia es una garantía. Son las tisanas de hierbas provenzales con el exótico símbolo, tal como lo bebían los padres, abuelos y bisabuelos de los habitantes de Géménos y de toda la Provenza. LaUnilever llegó después, y es por ello que cuando decidió marcharse, los 180 trabajadores respondieron más o menos de esta manera: marcharos donde os parezca, pero el elefante está aquí desde 1896, y aquí se queda. El gobierno del área metropolitana de Marsella, dirigido por los socialistas, lo declaró «producto regional» y lo puso bajo tutela, incluso antes de solicitar –al precio simbólico de un euro— los terrenos donde se encuentra la fábrica y la maquinaria.  Sin embargo, los trabajadores dijeron irónicamente que François Hollande, «antes de que fuera elegido Presidente de la República» no había hecho gran cosa y, después, tampoco hizo gran cosa. Y el Ministro de Trabajo, Arnald Montebourg, fue a la Fralib a prometer, como se dice en la camiseta, «el elefante seguirá en Géménos»


Todos son conscientes de que la batalla judicial es muy complicada: se trataría de socavar el derecho de propiedad inmaterial, y si los resistentes de Provenza  lo consiguieran, habrían conseguido asestar un duro golpe a los fundamentos del capitalismo postmoderno, que saca beneficios del brand antes que de la producción. De eso habló Naomí Klein hace ya quince años en su libro No logo


Hoy, a la entrada de la Fralibondean tres banderas: una blanca, con Che Guevara en el centro y el nombre de la fábrica; la segunda con la marca de la Lipton y la invitación al boicot; la tercera simboliza la Unilever, propietaria de la marca y las instalaciones.  Dibujaron una x y pusieron un escrito: «asesina al empleo».  Unilever presentó su cuarto plan de salvaguardia del empleo después de que la Magistraturarechazara los tres anteriores. El nombre no engaña: el plan prevé el mantenimiento de sólo doce personas, especialmente los representantes sindicales, para los próximos dos años. Después, todos a casa. El empleo no se garantiza.  Se trata del último acto de fuerza que comenzó hace tres años después de diversas reestructuraciones cuando la multinacional decidió el desmantelamiento, orientando la actividad a Polonia para seguir comercializando el té Lipton y las infusiones Elephant como antes, en Francia y Europa, con menores costes de producción. El último director, Angel Llovera, un manager, provinente de Coca Cola, ha señalado que los autores de los grafitti de los muros de la fábrica como «el diablo».  


«Nos han tomado el pelo. Mientras nos decían que había que cerrar porque la producción disminuía, la propiedad compraba dieciséis nuevas máquinas para las instalaciones polacas», recuerda Olivier Leborquiez, un obrero que me acompaña en la visita a la fábrica. Todo está conservado como si no hubiera cesado de funcionar, el ayuntamiento paga los gastos y todo se encuentra en perfecto orden, incluso los servicios administrativos y el comedor.  Las máquinas podrían seguir funcionando, pero por el momento sólo funcionan para la «producción militante»: entre la producción del té Lipton y otras bebidas con la marcha Elephant, a guisa de exposición, están las de mate con una etiqueta que dice «producto de fábrica en lucha» con el correspondiente elefantito.  Es sólo un ensayo de cómo podría reconvertirse la producción una vez resuelta definitivamente la negociación.


Amar Hassani, un obrero franco-argelino, orgulloso de su «doble cultura» cuenta: «Empezamos con una pequeña producción de tisana que llevamos a la fiesta nacional de L´Humanité en Paris. Vinieron algunos espías de Unilever a probarlas». Leborquiez nos explica los méritos y virtudes de esta maquinaria  y las diferencias con las italianas y alemanas. Un cobertizo está lleno de sacos que contienen aromas químicos. Son como bolas de vidrio, olorosas.  Nada es natural. «En los últimos años la empresa decidió no utilizar aromas naturales, lo hacía para ahorrar. En lugar de las plantas aromáticas medicinales –son famosas las provenzales--  utilizaba aditivos artificiales. Fue el inicio del fin: los productores locales fueron eliminados, e incluso vino a menos la razón social para mantener un establecimiento en la Provenza antes que en cualquier otra región del mundo.


Los ex trabajadores están recuperando la fábrica volviéndola a colocar en su lugar: como primer paso se apoyaron en la cadena del suministro ecológico desde el kilómetro cero hasta a las redes del comercio justo y solidario. No obstante, «para volver a dar empleo a todos calculamos que necesitábamos comercializar mil toneladas anuales». Una empresa posible  si conseguíamos mantener la marca o, como alternativa, si Unilever se esforzara a mantener sus productos durante tres años.


La salida no estaba cantada. En tres años de resistencia ha pasado de todo. Leborquiez recuerda que Unilever contrató, en la primera fase de trabajo una empresa  de seguridad para desalojar a los trabajadores. «Una noche llegaron descolgándose por el techo», como en una operación militar; «era gente del Este de Europa con experiencia en las guerras balcánicas, que no hablaban ni siquiera una palabra de francés». Eran milicias patronales paramilitares peligrosas.  «Pero estaban esperándolos unas trescientas personas». La solidaridad obrera fue notable: se movilizaron doce fábricas de la zona. Después intervinieron los políticos. Se dice que fue  Hollande quien presionó para que los terrenos y la maquinaria fueran requisados; el terreno lo vigilamos día y noche; Unilever ya no pagaba los sueldos, y la Cgt (el único sindicato que apoyaba la lucha) organizó una caja de resistencia.


Después de haber fracasado la empresa con sus medidas drásticas probó calmar a los revoltosos ofreciendo una indemnización de 80 mil euros por persona a cambio de la desmovilización.  Nadie se prestó a ello. «Queremos doscientos mil, el equivalente a cinco años de salario, sólo por el daño moral. Después queremos volver al trabajo, porque sabemos hacer que la empresa siga funcionando», dicen todavía hoy.  Mientras tanto llaman al boicot del té Lipton y de todos los productos de Unilever «con todas las formas posibles», dice Gerard Cazorla, otro trabajador. No es fácil reconocerlos porque la multinacional no aparece nunca con su nombre y sólo explota marcas reconocidas. Para hacerlos reconocibles los activistas de la red del boicot entran en los supermercados y tiran a tierra los productos que son conocidos de la multinacional. Una delegación de obreros de Géménos fue a Polonia para verse con los obreros de la nueva Fralib deslocalizada; sin embargo, encontraron poca solidaridad: es el mors tua, vita mea del dumping social europeo.


Y la batalla judicial por la marca, tras el reconocimiento de que ello forma parte del «patimonio regional» va a la par con la reapropiación de la fábrica. «Nuestro proyecto es hacer  lo contrario de lo que haga Unilever: un comercio responsable. Queremos demostrar que somos capaces de gestionar de  una manera alternativa, si no fuera de ese modo habríamos tirado por la borda tres años de nuestra vida», dice Hassani. Para él es una alternativa la experimentación de una visión eco-solidaria de su trabajo.  Lo que quiere decir que «si hay un obrero que ha trabajado durante tantos años, no debe ser eliminado sólo porque ya no sirve».  


Por otra parte, quiere volver a valorar las instalaciones locales, como explica Marie-Noel Fratigny, una trabajadores  que se vuelve a poner la bata verde, a pesar de sus 39 años de trabajo en la fábrica la enviaron directamente a la jubilación tras haber agotado el periodo de desempleo pagado por el Estado.


La Fralibse ha convertido en un caso emblemático en Francia; hoy es una fábrica casi recuperada. Lo será definitivamente cuando haya vencido el último reto: que no marche el elefantito a Polonia. En Géménos lo necesitan.         


Traducción de JLLB




Radio Parapanda. Luciano Gallino. La involución autoritaria de Europa: http://www.sbilanciamoci.info/Sezioni/alter/Gallino-l-involuzione-autoritaria-europea-22863


Font: upec
09/03/2014
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