Algunos se han tomado a chacota el sucedido madrileño cuya protagonista principal ha sido Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Bornos. Otros lo han mirado con ojos indignados por la actitud desparpajada de la condesa consorte. Nuestra teoría parte de otro enfoque que en nada contradice la indignación. Veamos.
No es que la condesa consorte sea irrespetuosa con la ley. De eso nada. El quid de la cuestión radica en que, para esta señorona, la ley (o las normas de cualquier tipo) rezan sólo y solamente para los plebeyos. La sangre azul, que en ella es en diferido, está por encima de las leyes y normas. Sólo vale para el vulgo. Y, a partir de esa concepción –tradicional en los altos estamentos-- parece construir el siguiente discurso: yo (es decir, la consorte) estoy por la aplicación irrestricta de la ley para el populacho y en contra de que se la apliquen a ella. Es la primacía del latifundio político y de la sangre de alto copete (en diferido o no) frente a la sangre de garrafón: el ringorrango versus frente al común de los mortales que no lo tienen. Y, castiza como es esta Aguirre, se compara con los privilegios del Dom Perignon frente al humilde vino peleón.