Desde las covachuelas de algunos ministerios se empeñan en hacer rematadamente el rídículo. La imagen de María Santísima del Amor de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús El Rico de Málaga ha recibido este Miércoles Santo la Medalla de Oro al Mérito Policial con carácter honorífico, máxima distinción de la Policía Nacional. Un acto que ha contado con la presencia, entre otros, del secretario de Estado de Seguridad. Es todo un acto que parece evocar, entre otros, la famosa canción de Jean Ferrat, Le sabre et le goupillon. Que, en este caso, podríamos traducir como La porra y el hisopo. Toda una ceremonia que intenta reavivar el rescoldo, nunca apagado, del paganismo de garrafón que significan esas estatuas de vírgenes dolorosas como reclamo de sumisión a los poderes y, a la vez, a las exigencias del turismo de masas.
Por supuesto, es otra expresión de la deconstrucción de la Carta Magna que define el Estado como aconfesional y del resquicio que le da el tratamiento que aquella le da a la iglesia católica, apostólica y romana. O sea, la filigrana que escribieron los padres constituyentes en su día que permite freír una corbata y planchar un huevo. Pero, es simultáneamente, el nuevo itinerario de una política termidoriana y del más rancio nacional-catolicismo. O, si se prefiere, la vaiopinta cofradía de nuevas y viejas supersticiones: la mano dura contra derechos y libertades, la vela encendida a la tecnocracia y el cirio de rigor al santoral de los inquilinos de esa improbable urbanización que es el Paraíso.
Apostilla. Al cura de Roma, que habla urbi et orbi, le costará mucho trabajo negar que la nueva galardonada, María Santísima, no es utilizada para legitimar la porra contra quienes luchan en nuestro país contra esa vieja alianza.