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Mi amigo Zana escribió esta entrada el 14 de Abril del año pasado, y hoy me parece especialmente oportuna para poner contención a las viscosas oleadas de propaganda monárquica con que nos pretenden ahogar las neuronas todo tipo de medios de comunicación convencionales, que se han descubierto tan entusiastas como estúpidamente monárquicos, en cuanto ven peligrar la solidez de sus criptas y la estabilidad de sus atalayas…

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Libertad, igualdad y fraternidad

Piensa el Pueblo, aunque aplicar ciertos verbos a ciertos sujetos sea insultantemente ocioso, que la diferencia sustancial entre monarquía y república es la cuestión de la Jefatura del Estado.

O sea, que el Pueblo cree, y aquí sí está bien utilizado el verbo, que la única diferencia entre la monarquía y la república va de si tenemos rey o tenemos presidente. Que, aclaro a maximalistas, yo no dejo de reconocer es, de por sí, una materia con peso.

Como tampoco dejo de reconocer, y de recordar, que los primeros interesados en versar el debate exclusivamente en eso, son los monárquicos, aquí llamados JuanCarlistas para mayor gloria del esperpento. Una vez situado el debate, donde ellos quieren, olvidan explicar, interesadamente, que el rey no ha sido elegido en forma democrática, sino que el acceso a la Jefatura del Estado, cuando se trata de monarquía, viene dado, nunca mejor dicho, en forma hereditaria consanguínea, (¿consanguínea?, en la historia de los borbones hay tal tutifruti de hermanastros, bastardos y líos de cama que ni hablar de ello quiero).

Bueno aquí, como en muchas otras cosas, el Reino de España es un tanto peculiar, especial, digamos que sí, que “Spanish is different”. Aquí al rey actual le puso un dictador fascista y le apuntalaron “ruidos de sables”, que es una forma curiosa y eufemística de disimular lo que no dejó de ser una amenaza militar.

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Y también obvian, cómo no lo van a hacer, los defensores del debate sobre personas, y no sobre derechos o leyes, entrar en el asunto discriminatorio, ¿o sería mejor decir vejatorio?, hacia las mujeres. Discriminación efectiva bien sea a través de la “Ley Sálica” (la que impide a las mujeres acceder al trono siempre que haya descendencia masculina), o la “Agnación Rigurosa” (que solo permite heredar a los varones de varones). Sí, el monumento a tal despropósito se lo debemos a Felipe V, duque d’Anjou y primer Borbón en reinar en España.

El debate sobre las personas no tiene mucho más recorrido que el que sigue. En una monarquía puede ser rey el más imbécil del barrio, (y lo ha sido). Y no se me enfaden los monárquicos que no estoy dando una opinión, estoy trasladando un dato, y si no lean algo de la historia de España y observen la biografía de Carlos II, alias el Hechizado. O la de Fernando VII, alias el rey Felón, un idiota redomado, hijo de un cobarde y padre de Isabel II, a la que no voy a describir, ni a adjetivar, porque la sola mención de su nombre ya es peyorativo suficiente. En fin.

La diferencia sustancial entre república o monarquía es, a mi modo de ver, que en una monarquía jamás habrá un gobierno “verdaderamente de izquierdas” y en una república “puede” que si. Una monarquía no va a permitir nunca, nunca, que bajo su jefatura haya un intento por cambiar el sistema (en estos momentos sería cambiar el modelo económico que nos ha llevado a esta estafa y que está ahogando al Pueblo, como en otros momentos fue, por ejemplo: repartir las tierras sin labrar entre los campesinos parados, otorgar derecho al voto a las mujeres, poner en práctica la separación Iglesia-Estado o instaurar la Educación pública y gratuita).

Las monarquías son, por defecto, conservadoras. Conservadoras en cuanto a modelo económico y conservadoras en cuanto a tradiciones obsoletas.

Son elitistas y clasistas. Están ellos, la realeza, que se consideran especiales e intocables por la ley (y aquí, en breve, vamos a ver cómo realmente lo son); su corte de pelotas, la zona “noble” de la economía y de la política; y nosotros, la plebe, simples peones sacrificables. No solo marcan diferencia con el Pueblo “llano” sino que luchan porque esas diferencias, convertidas al cabo en deficiencias para la ciudadanía, se perpetúen. Los monárquicos saben que para mantener el momio que les hace cada vez más ricos deben conseguir que nosotros, los trabajadores, seamos cada vez más pobres.

Un ejemplo del ridículo submundo en el que las monarquías están anquilosadas es, agárrense, que en el primer escalón de la nobleza “a nivel mundial” está María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, alias la duquesa de Alba, que es (lo busqué en la wiki) cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa, además de ser catorce veces Grande de España. Simplemente para recordar que, en realidad, sí ha compensado.

Manuel Azaña fue presidente de la II república, durante la guerra civil dio un discurso que ha pasado a los anales de la historia como el de las “tres pes”: paz, piedad y perdón. Se dirigía a los españoles, a todos, que luchaban entre sí. Pedía parar la guerra fratricida, hablaba de piedad hacia el contrario y de perdón hacia el derrotado.

Nicolás Salmerón fue presidente de la I república, dimitió por no autorizar, con su firma, una sentencia de muerte. Estas fueron sus palabras: “La pena de muerte no la admitiré nunca, porque es contraria a mi conciencia, porque es contraria a mis principios y a los principios de la democracia”.

Sí, es cierto, la diferencia entre república y monarquía también reside en quién detenta la jefatura del Estado. Puede ser un hombre íntegro o un descendiente de Carlos III.

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Font: upec
04/06/2014
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