Está siendo muy publicitada en muchos medios esta moda de echarse a la cabeza un cubo de agua fría con cubitos de hielo con el (aparente) objetivo de reclamar ayuda para la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Políticos y artistas, famosos y famosotes entienden que no son nadie si no pasan esa experiencia; mejor dicho, si no la publicitan urbi et orbe. Así pues, desde el alcalde de tal o cual lugar hasta Paquirrín Rivera se sienten obligados a dicha puesta en escena con tal de mantenerse en el candelero y a continuación colgarr dicha escena en el twitter personal del interfecto, pues se entiende que lo que no aparece en las redes no existe. La caridad –o, según ellos, la solidaridad-- adquiere, así, un carácter banal rayano en una gilipollescencia paroxística. Pues bien, visto lo visto, la cosa –bajo otras formas— se ha extendido a otras experiencias en ayuda a otras enfermedades o necesidades.
La otra cara de la moneda es que tan banal reacción es contemporánea a los intentos, muy avanzados ya, de devastación del Estado de bienestar en unos escenarios tan sensibles como la sanidad y otros bienes democráticos. El objetivo, ya lo hemos repetido ad nauseam, es el traslado de los ingentes recursos financieros de los sistemas públicos al negocio puro y duro de lo privado, eliminando además los controles democráticos. El resultado es la substitución del welfare por la beneficencia que, en el caso que nos ocupa, se quita los andrajos de antaño para darle un toque de glamour.