Esta mañana me he quedado de piedra. Me para un señor con pinta de sesentón por la calle. Me dice que tiene un problema con la Seguridad Social y me pide que le eche una mano. En un momento de la conversación me aclara que va a votar al Partido Popular en las elecciones municipales. A pesar de ello, me dice, que confía en un servidor para que se arregle su contencioso. A continuación pongo mi cara más amable y, educadamente, le digo: «Verá, usted me ha tomado por san Francisco de Asís. Me pide que le ayude y, a continuación, me informa que votará al Partido Popular. Hable con el maestro Armero o con Mariano Rajoy. Conmigo no cuente ni siquiera para mover el dedo meñique de mi mano izquierda». El sesentón se ofende e intenta teorizar que el sindicato está para ayudar a todos, voten lo que voten. Le respondo: hable usted con el sindicato y dé parte de mi falta de consideración. Y le di la espalda sin despedirme del sujeto de marras.
Lo curioso del caso es que no tengo mala conciencia por haber incumplido uno de los preceptos más serios del sindicato: echar una mano a quien tenga problemas. ¿Estaré relativizando algunas cosas? Puede ser, pero ya empiezo a estar jartico de algunos catamañanas. En todo caso, aceptaré la sanción que estatutariamente me imponga el sindicato.