Dicen que por un hijo se da todo. Que por ‘sangre de tu sangre’ eres capaz de mover cielo y tierra, quitarte de tu pedazo de pan para que él no quede hambriento e incluso, si su vida está en tus manos, donar un riñón sin reparar en el riesgo que puede tener para uno mismo. Esa es la historia de Javier Porras. Padre. Donante. Y ejemplo de orgullo por haber dado este órgano a su hija.Carmen tiene ahora 32 años y a los 16 ya comenzaron los primeros síntomas debido a una enfermedad de este órgano, conocida como glomerulonefritis. Tras pasar por muchos tratamientos y numerosos ingresos en el hospital, comenzó a tener disfunción renal aguda, lo que llevó a sus médicos a plantear la posibilidad de un trasplante. Se descartó a sus dos hermanos pequeños y finalmente fue su padre el elegido para esta intervención. “Cuando nos dieron la noticia mi mujer no estaba presente pero hablé por los dos y dije que ambos estábamos dispuestos a entrar en el programa de donación. Nos hicieron pruebas y resulté ser yo el más idóneo”, ha explicado Javier a EsTuSanidad.El día 25 de junio se cumplen dos años desde la intervención, algo que Carmen recuerda con gran emoción. “Todo el mundo dice: ‘es tu padre lo tiene que hacer. Pero no tiene por qué. “Por mucho que una persona quiera, hacer eso es un riesgo también”, ha reconocido la propia trasplantada a este medio. Ella, que es la otra cara de esta historia, ha señalado que ahora ya está bien y que solo trimestralmente debe hacerse análisis. No obstante, su vida ha estado marcada. Desde su adolescencia ha intentado regular la situación, incluso ha confesado que “a veces he normalizado más de la cuenta”. “Me pilló a los 16 años, que es cuando empiezas a salir con los amigos, y he intentado hacer vida normal pero no siempre he podido”, ha añadido.
Carmen se acostumbró y enseguida asumió su situación aprendiendo que debía cuidarse más que el resto de la gente, dejando de hacer actividades, pero persiguiendo “no llevarlo mal”. Javier, por su parte, se emociona y reconoce que ve ahora a su hija bien que no se arrepiente en absoluto de haber tenido este gesto. “Siempre da miedo y respeto el quirófano pero, en esta ocasión, era mayor la ilusión de que mi hija pudiera tener una vida normal y estuviera sana”, ha aclarado.
Ambos fueron intervenidos en la misma fecha. Él a primera hora de la mañana y ella a mediodía. Javier a los pocos días salió del hospital, sin embargo, a Carmen le costó una estancia más larga en el centro. Concretamente, estuvo un mes a consecuencia de un trombo. Nada que no se solucionase con paciencia, tratamiento y cariño de toda la familia.