Me llamo Fatou, tengo trece años, vivo en Senegal y me voy a casar. La boda está cerca y aún no conozco al que va a ser mi marido. Estoy aterrada. Miro por la ventana y veo a otras niñas de mi edad caminando por la acera cubiertas por su velo… van a la escuela. Lloro. Yo quería servir a mi pueblo, quería ser profesora, pero yo no decido, soy mujer y en mi sociedad, deciden por mí.

Mi padre me mira, sé que quiere salvarme, pero eso lo condenaría a él. Siento como su dolor llena de tristeza su corazón. Él sí puede decidir, y lo quiere hacer. Será su perdición, pero me coge las manos y deposita sobre ellas la dote.

—Confío en ti Fatou. Contribuye a que otras puedan. Me dice.

Acabo de cumplir veintidós años. Me he forjado el coraje de un león de la sabana y tengo la astucia de una hiena de ojos avispados. Después de una infancia horrible en mi país, donde estuve a punto de casarme, y la familia del que iba a ser mi esposo me raptara, he sido vendida por nueve euros. He escapado. Y tras romper las cadenas de la esclavitud que me oprimía, y de un fatigoso viaje, estoy en España. Hoy, después de meses sin tener oportunidad alguna, he obtenido mi primer trabajo. Hice una prueba como ayudante de mecánica en un taller de reparación de vehículos y me han llamado. Quiero causar buena impresión. A las ocho en punto estoy aquí, en la puerta del taller, con un mono azul bajo el brazo. Acaba de llegar otro chico que me dice que también empieza hoy… le deseo suerte.

Entramos juntos. Nuestros contratos están preparados. Firmo el mío entusiasmada. La secretaria me da una copia. Salgo del despacho, la leo y me quedo petrificada.

Acabo de firmar un contrato para seis meses como limpiadora. El chico nuevo me desea suerte.