Durante unos años, organicé, junto a mi amigo Neil, un espacio mensual de conversación y debate en la biblioteca de Vilassar de Mar. Le llamamos Ágora, en referencia a las plazas de la antigua Grecia donde se realizaba la mayor parte de la actividad política social y económica de las polis griegas. Neil y yo pensamos que sería sobre todo un punto encuentro para hombres que querían tener algo más que una charla de bar. Y así fue, hasta que vino la pandemia y todo se bloqueó, hasta ahora.
Recién mudado a la comarca de Osona, he puesto en marcha, esta vez en solitario, un nuevo Ágora en un local del ayuntamiento. Aquí las cosas son muy distintas y este Ágora está formada exclusivamente por mujeres. Una vez al mes, me rodeo de veinte o treinta mujeres, para compartir sabiduría e inquietudes durante unas dos horas.
A menos que haya una temática especial que se quiera tratar, el formato habitual es el siguiente: se saca de una bolsa al azar, un par de frases célebres. Primero se debate una y luego se sobre la otra. Al final tratamos de unir esas dos frases en una explicación coherente. Os invito a que forméis grupos similares donde compartir sabiduría.
Y digo bien cuando hablo de compartir sabiduría. Antes de arrancar este nuevo Ágora, yo leí todas las frases impresas para asimilarlas y ver si había alguna que no encajase en el formato de la reunión. Hubo dos frases a las que no supe bien cómo sacarles juego y lo primero que pensé fue en descartarlas. Lo segundo que pensé fue que, si se trata de compartir sabiduría, ¿por qué yo no podía recibir sabiduría de aquellas mujeres?
Al permitir que aquellas dos frases pasaran a formar parte del proceso, estaba admitiendo mi ignorancia sobre ellas, y abriéndome a la posibilidad de solventarla. Si las rechazaba, estaba admitiendo que tenía miedo de enfrentarme a retos, a salir de mi zona de confort, a quedar mal con aquellas mujeres por no saberlo todo.
Al comienzo de la reunión le expliqué todo esto al grupo y la vida tuvo el detalle de que, por supuesto, una de las dos frases de ese día, era una a la que yo no sabía darle un sentido. Después de un buen rato de debate, Rosa, una mujer de más de ochenta años, encontró el hilo que nos permitió a todos entender la frase, y encontrar el hilo de Ariadna para salir del laberinto. Os invito nuevamente a que organicéis espacios donde compartir sabiduría y crecer como personas. Os pongo las dos frases que tratamos aquel día, a ver si adivináis cual me costó más integrar:
“Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión” (José Ortega y Gasset)
“El allá es un espejo en negativo. El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá” (Italo Calvino)
Cándido Granada Álvarez.
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